Londres

Animal político de carne y hueso

Esperanza Aguirre se ha enfrentado al cáncer, exactamente igual que ha hecho frente a sus 28 años de vida política. Con «pico y pala», sin «llorar sobre la leche derramada» y sin utilizar la palabra intentar, que aborrece. Porque para la presidenta de la Comunidad de Madrid «las cosas se hacen o no se hacen. Y punto».

La Razón
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El pasado lunes, cuando en medio de una carretera decidió soltar la «bomba», hubo un momento de absoluta quietud. La «lideresa» mostraba debilidad y eso es nuevo hasta para su círculo más íntimo. «Le dijimos que tenía que parar», explican. «Hacía más de una semana que lo sabía y no se daba un segundo». Los médicos consideraron su caso de «prioridad oncológica», sin emabrgo en aquellos días Aguirre viajó a Navarra, estuvo en Navacerrada, en la pasarela Cibeles... Tenía incluso programado un acto en Londres para el que fue el día de su intervención. La «jefa» se operó, pero ni así dejó de trabajar. «Una de sus máximas es que se puede delegar todo menos la supervisión», explica su jefa de gabinete en el Senado. Por eso Aguirre simplemente desplazó su centro de operaciones al Clínico.

Apenas pisa la Puerta del Sol. Su despacho está en la calle o en el coche. Su vehículo oficial es otro de los lugares donde la presidenta despacha. «Dile que esté aquí a las nueve, que le escucho de camino al acto», suele decir a su secretaria. Un diputado canario consiguió que le recibiera, pero acabó tres horas más tarde en La Carolina (Jaén), donde la presidenta tenía que dar una conferencia.

En las 48 horas de «convalecencia», Aguirre hizo lo mismo pero en el hospital. Recibió las visitas en la sala de espera de la tercera planta. Trató de política y de asuntos del partido con Mariano Rajoy en camisón y mientras hablaba con empleados y pacientes. «Sabe que el protocolo está para saltárselo», dice su ex jefe de protocolo. «Y disfruta con ello».

Es muy normal que en plena inauguración decida cambiar «in situ» el proyecto. Que falte luz o zonas verdes es motivo para que llame al responsable y, pese a que le caigan gotas de sudor, atienda sus peticiones. «No exige más de lo que da, pero eso es muchísimo», dicen sus colaboradores. «Es una jefa agotadora. No duerme y no deja dormir, pero los que ya no estamos con ella la echamos de menos».

Estos días, en la Puerta del Sol ha habido cierto sentimiento de orfandad. «Tiene una personalidad fuerte y atrayente. Deja huella», dicen. Por eso, en su ausencia se ha seguido poniendo la botella de agua y el rotulador verde que nunca le puede faltar. Aguirre es una mujer de costumbres inamovibles que, a ratos, rozan la manía. Las enfermeras que la han atendido durante su ingreso en el hospital afirman que lo único que ha pedido es agua; una obsesión que ha dado que hablar más de una vez. Sonado fue cuando se declaró insumisa contra la prohibición de beber en la Asamblea de Madrid. Se reveló de tal forma que en menos de 24 horas volvieron las botellas a los escaños. Recordó entonces en privado y con ironía que su agua es «casi bendita». Sucedió en la inauguración de Air Madrid, cuando el sacerdote encargado de bendecir olvidó llevar agua y ella le prestó la suya.

La única mujer presidenta del Senado y de una Comunidad está acostumbrada a remar acontracorriente. Hasta de su propio partido. En el Génova, Aguirre es un referente y a la vez el «verso suelto», que dice en alto que quiere ir en las listas y habla sin pelos en la lengua de temas como Caja Madrid. «Es natural e inesperada y eso, en política, pone nervioso», admiten en la sede de los populares. Tan pronto llama «hijoputa» a uno, como abre las puertas de su casa a otro. En este caso suelen ser mujeres. Con ellas se vuelca.«Sabe ver cuando una mujer brilla y entonces hace todo lo posible para que crezca», dicen. Así pasó con María San Gil, con la que su enfermedad le ha vuelto a conectar. En 1995, cuando asesinaron a Gregorio Ordóñez, San Gil compartía mesa con el líder del PP de Guipúzcoa. Ella cogió un coche junto a su jefe de protocolo y de camino a San Sebastián se enteró de que María corrió tras el etarra tras el disparo. «Esa mujer tiene lo que hay que tener. Debería ser la sucesora de Gregorio». Así fue.

Ahora ha advertido a su familia de que volverá a su despacho «cuanto antes»; y a su médico, de que la próxima vez que se vean será «jugando unos hoyos». Y es que Aguirre nunca para.