Lorca

El destino

La Razón
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Una siempre piensa que anda en su mundo «perfecto», de país desarrollado y políticos impresentables incapaces de acabar con la crisis y el paro, y que de lo único que se tiene que preocupar es de saber cuáles lo son menos para votar y seguir el juego de la democracia cuando, de pronto, la naturaleza da un puñetazo sobre la mesa y menea las campañas y las tonterías.

Los desastres naturales no pertenecen exclusivamente a los universos paralelos de esas tierras lejanas en las que viven otras culturas generalmente con muchos menos privilegios: Nadie está a salvo de padecerlos. Probablemente, los muertos de Lorca ni siquiera imaginaban que un terremoto a este lado del planeta, por mucho que sus autoridades conocieran que se trata de una zona sísmica, podría arrebatarles sus sueños y sus ilusiones. Pero el destino diseña nuestras vidas mientras nosotros hacemos planes como si no existiera. Lo cierto es que a quien le toca, le toca, y a quien no, no le arranca de la tierra ni estar en el mismísimo epicentro de un terremoto.

¿Es una cuestión de suerte? ¿Se trata de los designios de la Providencia? Son preguntas imposibles de responder: Lo único irrebatible es que por mucho que el ser humano se crea el dueño y señor del mundo, debe tener en cuenta que sólo con un ligero estornudo de la tierra, todas sus habilidades desaparecen. Tal vez es lo que pretende la propia naturaleza o el mismo Dios: que recuperemos la humildad perdida y que pensemos que no somos ni más ni menos que otros a los que el destino señala con el dedo antes que a nosotros.