San Francisco
Perdido Poverello
De Messiaen. Intérpretes: Camilla Tilling, Alejandro Marco-Buhrmester, Michael König, Wiard Witholt, Tom Randle, Gerhard Siegel,... Coro titular del Teatro Real, Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta Sinfónica de la Radio de Baden-Baden- Friburgo. Director musical: Sylvain Cambreling. Instalación: Emilia e Ilya Kabakov. Disposición escénica: Giuseppe Frigeni. Madrid Arena, Casa de Campo, Madrid.
Lo primero que hay que consignar es que esta representación nos acerca al pensamiento de Messiaen, un tanto ensombrecido por el hiperprotagonismo de Mortier. La monumental partitura alcanza densidades y temperaturas verdaderamente ígneas y fulgores lumínicos desconocidos. La escritura, de signo modal, con incursiones de raíz tonal y alusiones a culturas orientales, es apabullante y se mueve en el filo de un recitativo vocal dramático-melódico y constantes intermedios orquestales abundosos en disonancias y en superposiciones rítmicas basadas en cantos de pájaros. La alternancia entre ambas líneas, no siempre integradas, hace que el discurso no posea siempre, en sus más de cuatro horas de duración, la misma fluidez y que existan numerosas cesuras que lo interrumpen.
En un recinto que fue despoblándose poco a poco, la parte musical funcionó. Gracias en primer lugar a la prestación de la enorme Orquesta de la Radio de Baden-Baden, equilibrada en todas sus familias, atenta a las precisas órdenes de su titular Cambreling, que conoce y domina la complejísima composición y que controló al flexible coro conjunto. Excepto en la definitiva ascensión hacia el prodigioso do mayor final, donde faltó sentido de la progresión y se apreciaron síntomas de inseguridad, el trabajo de todos fue magnífico.
Sobresaliente acústica
En lo vocal destacó la soprano Camilla Tilling, de timbre aterciopelado, emisión franca y expresión adecuada. Auténticamente «angelical», pese a algunos problemas en el zona aguda, menos tersa y apoyada que el resto. Marco-Buhrmester es demasiado lírico para San Francisco, pero cantó y dijo con propiedad y finura. Bien los demás, sobre todo Siegel en el cascarrabias Hermano Elías. Un sobresaliente para la instalación acústica, con más de sesenta micrófonos y otros tantos pequeños altavoces, firmada por Müller-BBM.
Lo menos afortunado fue la disposición escénica. Por mucho que «San Francisco» no sea una ópera propiamente dicha, y aún admitiendo que no posee prácticamente acción, es necesario otorgar vida a su peripecia. Todo fue extremadamente plano. Los personajes deambulaban por una pasarela inmensa que rodeaba a orquesta y coro. La tan festejada cúpula quedó empequeñecida en el amplísimo espacio y los cambios de luces en su interior, teóricamente conectados con el avatar sicológico, dieron color y vistosidad pero en modo alguno acabaron por integrarse en el drama. La ópera se habría podido representar en el Real con menor coste y con otro planteamiento dramático más auténtico y austero, más riguroso. Esta cúpula, un remedo de la de la iglesia de Santa Elena de Turquía, priva del ascetismo y la serenidad precisas a esta leyenda franciscana.
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