Cataluña

A mis amigos de Hipercor por José CLEMENTE

La Razón
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Todo empezó hace 25 años con un golpe seco que se dejó sentir como un escalofrío por todo el edificio Hipercor de la avenida Meridiana de Barcelona, un barrio obrero de ciertas similitudes al Carmelo del «Pijoaparte», de Juan Marsé, en «Últimas tardes con Teresa», al menos por su elevado índice en población inmigrada. Lo peor acababa de empezar, pues los terroristas llenaron el coche-bomba que hicieron explotar con decenas de litros de líquido inflamable para aumentar el poder destructor de la bomba. ¡Y vaya que lo consiguieron!, porque inmediatamente después de la deflagración una gigantesca bola de fuego corría por los pasillos de los grandes almacenes devorando cuanto encontraba a su paso. Como consecuencia de ello 21 personas perdían la vida y otras 45 resultaban con heridas de diversa consideración, pero aún siendo grave ese balance, no lo es menos que a día de hoy 33 de esas víctimas todavía estén a la espera de una indemnización. Hace tantos años como el atentado que conozco a Roberto Manrique y José Vargas, dos afectados de Hipercor que tuvieron el coraje de hacer frente a la banda primero, y a sus compañeros después, muchos de los cuales tiraron la toalla por el camino de la incomprensión y el cansancio. También a Mari Carmen Alegre y a su simpático vecino de Córdoba, que perdió a la mujer y sus dos hijas aquella trágica tarde y que acabaría marchándose de Cataluña para vivir en soledad el anonimato de su tragedia, porque el sólo recuerdo de pasear por las calles del barrio eran una tortura añadida para él.

Aquel atentado de ETA en Hipercor marcó un antes y un después en la forma de proceder de la banda terrorista, pues hizo comprender a quienes por entonces la justificaban que ese no era el camino a seguir y unió a los demócratas como nada lo había hecho antes. Después vino la muerte de «Yoyes», en la plaza de su pueblo y ante la mirada de su hija; y la de Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco, donde los demócratas volvimos a gritar juntos contra ETA: «¡Basta ya!».

Por el camino se fueron quedando muchas cosas, muchas víctimas, personas como nosotros señaladas por el dedo de la incomprensión y, lo que es peor, por el vacío social de ser víctimas de ETA. «A veces no sabes si eres peor que ellos», me repetía con frecuencia Roberto Manrique cuando le daban un portazo a alguna ayuda solicitada por la AVT. Pasaron muchas cosas, entre ellas el adiós a las armas por parte de Terra Lliure, una disolución que se produjo tras acogerse a la vía pacífica para defender sus ideas, porque la grandeza de nuestra democracia lo permite. Fue posible gracias a que ERC les abrió las puertas hasta el extremo que algunos ex terroristas llegaron a ser consejeros de Cultura de la Generalitat con el «tripartit». Fue posible, porque además todos ellos firmaron un documento de rechazo a la violencia, condenaron sus actividades pasadas y pidieron perdón a las víctimas por el daño causado, después de permitir a la Guardia Civil que se incautara de sus armas. Sólo así es posible el perdón y la posterior reintegración social de los etarras, es decir, cumpliendo la ley, incluidos especialmente aquellos que tengan delitos de sangre o deudas pendientes con la Justicia. El fin de la ley es reparar, y sólo se repara cuando se restaña el daño hecho.

Estos días Roberto Manrique se ha entrevistado en la prisión alavesa de Zaballo con Rafael Caride Simón, autor material del atentado contra Hipercor, quien le ha expresado su pesar por aquella barbarie y le ha dicho estar profundamente arrepentido. No es nada más que un primer paso para acogerse a la «vía Nanclares» o a la de Terra Lliure. A los etarras les quedan todavía muchos más pasos a dar. Que los sigan dando para que creamos en su verdadero adiós a las armas. Está sólo en sus manos.