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País Vasco la Jamaica del Norte

La comunidad en la que se ha intentado legalizar el cannabis con fines terapéuticos tiene un largo historial de consumo, incluso entre terroristas

La Razón
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De los 23 millones de adictos al cannabis que alberga la UE, España –y en concreto el País Vasco– cuenta con las tasas de drogadicción más altas del continente.

Los estudios reflejan que casi cinco mil jóvenes son consumidores habituales y ocho mil lo son de forma esporádica, erigiéndose como la única Comunidad Autónoma que cuenta con un registro de asociaciones –unas 40– de usuarios de marihuana.

La imposible nueva regulación del Gobierno vasco, le suscitaba a Urkullo, líder del PNV, en su Twitter el siguiente comentario: «Es una maniobra de distracción, cobardía e hipocresía, que pretende desviar la atención del nuevo aplazamiento del calendario legislativo del Ejecutivo». Aunque cabe preguntarse: ¿qué relación hay entre la banda armada, a tenor de los datos de «trapicheo» con la droga que son un hecho probado?

La relación terrorismo y droga es un clamor. Los motivos, varios y diversos: no existen ya ideólogos que justifiquen con argumentos históricos, éticos, filosóficos o antropológicos sus siempre deplorables acciones. Desde los 90, la ONG francesa Observatorio Geopolítico de las Drogas alertó de que parte de los ingresos de ETA provenían del narcotráfico.

Pero es que, años antes, la banda inició una campaña de acoso (hasta llegar al asesinato) de determinados narcotraficantes y camellos. «Querían eliminar la competencia», aseguraba el citado informe del observatorio galo. Porque ETA temía que entre los camellos hubiera policías que trataban de infiltrarse. Y porque quedaba subsumido el consumo de drogas entre la pacata delincuencia callejera que terminaba siendo cantera etarra... Y, por último, porque la organización no podía dar la imagen de que sus miembros eran unos drogadictos.

Bombas con hachís
Este contexto de «odio al camello» se llegaba a cobrar vidas. Así las cosas, comienzan el cerco contra ETA. Sin embargo, el declive en que se encontraba su estructura –y sobre todo su aparato propagandístico– hizo que no se pudiera ocultar la debilidad de algunos etarras por los estupefacientes.

Tal flaqueza, la demostró quien fuera número uno del aparato militar, Garikoitz Azpiazu «Txeroki». Los agentes le incautaron cien gramos de hachís para lo que era «consumo propio». ¿Consumen droga de forma puntual o para financiarse?

Según algunos detenidos, «con esta obsesión por la seguridad» pretenden controlar hasta a los camellos. La experiencia les lleva a ser ellos sus propios suministradores de droga para consumo interno, hasta tal punto que la banda está dirigida por jóvenes sin experiencia que «han recibido un cursillo y se han puesto a funcionar con apenas unos meses de prácticas».

Así, «los cachorros de ETA –criados en la «kale borroka» y sin formación– pasan a la clandestinidad, fabrican bombas y las detonan». Las drogas, entonces, ya no son consideradas un elemento que perjudicaba la imagen de la organización, sino que son parte del modo de vida de estos jóvenes.

La propia Haika –hoy ilegalizada– reconocía en un documento del año 2000 lo extendido que estaba el consumo de drogas entre los miembros de la izquierda abertzale al tiempo que invitaba a sus seguidores a un «consumo responsable». Haika resaltaba que las drogas son «un pilar imprescindible del sistema capitalista».

Roberto Saviano, en su libro «La Belleza y el Infierno», habla de «narcoterrorismo», con nombres, apellidos, cifras y datos. «ETA ya no es una organización terrorista. Se ha convertido en una banda de narcotraficantes.

La independencia del País Vasco ya no es su prioridad. Lo importante es el negocio de la droga. Sigue viva no por motivos ideológicos, sino porque quiere su tajada del business». Organizaciones como la Camorra (mafia napolitana) o la Ndrangheta (mafia calabresa) jamás harían negocios con ETA si fuera sólo una banda terrorista... La organización no sólo se dedica a vender chocolate, sino que también trafica con grandes cantidades de cocaína».

Según datos de Saviano, los etarras compran coca a los narcos colombianos, que la transportan a Portugal y de ahí se la llevan al País Vasco. Las principales tareas de la mayoría de los mil miembros que forman parte de ETA tienen que ver con el narcotráfico y no con la lucha política.

A tenor de sus investigaciones, (y las de la Interpol) la moralina de la banda armada es patética, pues siempre se vanaglorió de combatir las drogas e incluso justificaba asesinatos porque las víctimas eran «camellos» que corrompían a la sociedad vasca. Mentira. Al igual que en las organizaciones islámicas que van de puras, están metidas en el mercado de la droga.

Así las cosas, ETA «dice estar en contra de la criminalidad común de las drogas, pero, la realidad es que ya no actúa por motivos ideológicos, sino por motivos económicos», asevera Saviano.

ETA empezó a meter las manos en el negocio de la droga apadrinada por los paramilitares colombianos, con quien comparte afinidades ideológicas, y movida por su necesidad de conseguir dinero. Los altísimos gastos que implica mantener en pie una organización. «Sin las drogas –asevera Saviano–, las FARC colombianas no hubieran conseguido sobrevivir. Y a ETA le ocurre lo mismo».