Reino Unido
Monarquía contra la adversidad por Luis SUÁREZ
La boda de William y Kate, que estos días parece atraer a todos los medios de comunicación, es algo más importante de lo que puede hacernos creer tanto reporte gráfico. Es uno de los eslabones básicos de la Monarquía británica. La monarquía es una forma de Estado –a veces se la ha confundido con un régimen político– que caracteriza exclusivamente a Europa. Ni los supuestos reinos o imperios de otras culturas ni América, pese a su legitimidad de origen, han recurrido a ella. Significa, como los catalanes ya explicaron al final de la Edad Media, una especie de pacto entre dos protagonistas: el rey, que es depositario de la autoridad significada por la soberanía, y el reino, que es la comunidad de los súbditos. Así lo explica la Carta Magna, que data de principios del siglo XIII. Y así también un procurador valenciano lo dijo con palabras contundentes: «Cada uno de nos somos tanto como vos y todos juntos mucho más que vos».
La monarquía británica es un verdadero modelo en nuestros días. No sólo ha sabido hacer su «gloriosa revolución» sin las violencias destructivas que afectaron a las demás, sino que ha demostrado de qué modo es posible sobreponerse a las mayores dificultades, adaptándose además al juego de los tiempos. Y en los de ahora las mujeres que, por vía de matrimonio, entran a formar parte de ese elegido grupo que constituye la dinastía no necesitan tener como previa condición unos títulos acreditativos. Aquí entra una de las dimensiones modernas y más eficaces: el amor aparece por delante de la azulada sangre que marcaban las dinastías. Y de este modo esa futura reina, que ha pasado por las aulas universitarias, procede del meollo mismo del pueblo, es decir, del reino.
Al rey corresponde la autoridad y no el poder. A lo largo de los siglos hemos podido comprobar cómo las formas de ejercer este último, han venido cambiando porque necesitan ajustarse a las necesidades y problemas de cada tiempo. Pero la autoridad conserva su esencialidad: muestra a los súbditos aquello que debe hacerse. Y no existe mejor enseñanza que aquella que procede del ejemplo. De ahí que pueda decirse, con firmeza, al tiempo que con respeto: el amor y la fidelidad entre esos jóvenes llamados a tan altos y difíciles cometidos no es algo que les afecte únicamente a ellos, pues es un modelo al que la vida debe acomodarse y el mejor ejemplo que de la autoridad puede venir. Si hoy fuésemos más respetuosos con la autoridad, las cosas nos irían mejor. Volviendo al pensamiento que tantos autores medievales expresaron, la autoridad es un bien, mientras que el poder es un mal menor necesario. Si los vasallos fuesen tan «fieles» como el Cid, no habría de faltarles el «buen señor». Así lo veía el anónimo poeta de 1140. Y así lo expresaron también los grandes vasallos cuando presentaron a Juan de Inglaterra su Carta.
Naturalmente estamos tratando de destacar los beneficios que se derivan de esa forma de Estado, porque la boda de nuestros días nos obliga a pensar muy despacio. También es preciso pensar en los inconvenientes que un fracaso suele acarrear, y de los cuales el Reino Unido nos proporciona también algunas enseñanzas. Pero no cabe duda de que los últimos ejemplos dados por Inglaterra, sobre todo desde Victoria hasta hoy, pueden servir de argumento positivo. En este tiempo en que los partidos políticos sin conformarse con el poder que les corresponde invaden los terrenos de la autoridad, parece muy oportuno poner la vista sobre esas obligaciones que esos jóvenes, de nombres tan británicos como Guillermo y Catalina, han venido a asumir. Los fracasos son también un buen ejemplo; para no repetirlos, desde luego.
Es curioso pensar que el nombre de Catalina viajara con una infanta española, en un barco que pasó de Cantabria a Southamp-ton. Desde entonces se ha familiarizado. Sufrió mucho aquella primera Catalina, pero también sus súbditos británicos sufrieron con ella. Moro y Fisher podrían darnos muchas explicaciones al respecto. Pero precisamente estas desventuras son un argumento más en favor de lo que significa la Monarquía cuando se trata de superar dificultades. Nuestra reina Isabel, madre de Catalina, podría explicar muchas cosas al respecto.
Hoy, en Europa, la forma de Estado a que nos estamos refiriendo parece una supervivencia. Y, sin embargo, no es así: sirve para demostrar que los países que la conservan están mejor preparados para defenderse de las adversidades. No olvidemos que en un momento Gran Bretaña quedó sola frente a Hitler, que parecía el invencible dragón capaz de dominar Europa. Y sin embargo, venció. Porque tuvo el valor de no apartarse nunca de la Carta Magna. Hoy damos este nombre a las Leyes Constitucionales, que cada cierto tiempo se cambian. Pero la Carta Magna no es una Constitución, sino un contrato entre rey y reino que puede y debe ser mejorado en el transcurso del tiempo, pero nunca sustituido en su esencialidad. En la crisis que ahora estamos padeciendo en Europa, y que no es un fenómeno nuevo, ya que las depresiones económicas se producen en coyuntura larga cada cierto tiempo, resulta sumamente importante mantener esos fundamentos esenciales. Aprendamos la lección.
Guillermo y su esposa han cruzado ya el umbral decisivo. Las obligaciones les esperan con más vigor que los derechos. Cuando los días pasen y les corresponda asumir esas obligaciones morales que corresponden a futuros herederos, tal vez comprenderán que las dificultades que hasta ahora han tenido que superar para «poner su amor en uno» resultan ligeras al lado de las que dichas funciones van a significar en adelante. No se trata únicamente de enviarles ese buen deseo de felicidad que a los novios se regala, sino de formular una advertencia política. La forma de Estado que garantiza la legitimidad de Europa y tiene en la Carta Magna una especie de piedra angular necesita, en una fuerte medida, del amor. Sin amor, en la plena expresión de esta palabra, la Monarquía no puede hacer extensivos sus valores. Se trata de mostrar a los demás, por la vía del ejemplo, cuál debe ser la conducta humana. Imagen y semejanza para todos los que, de alguna manera, les contemplan y pueden seguir su ejemplo.
Luis Suárez
De la Real Academia de La Historia
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