Castilla y León

Hablar y rezar por Víctor M Paílos

La Razón
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¡Qué saludable sería que habláramos más sobre el sentido de la vida! ¡Qué beneficioso sería simplemente que habláramos de cualquier cosa, en vez de quedarnos hipnotizados por el televisor! Hablando de cualquier cosa, de la más trivial, podríamos acabar hablando, sin querer, de cosas menos triviales. Hablar, como guardar silencio, es necesidad propia de los que «se hablan», es decir, de los que se entienden o estiman bien.
También para los monjes es bueno hablar, hablar mucho sobre el sentido de la vida. No sería bueno que las personas religiosas creyéramos tener ya la respuesta a las preguntas últimas, radicales, de la existencia.
No sería bueno porque, en ese caso, dejaríamos de hablar y la vida religiosa sin diálogo es como una flor muy hermosa, pero a punto de marchitarse.
Se puede marchitar la vida religiosa cuando la oración de un religioso que habla poco o con muy poca verdad se acaba reduciendo a un monólogo, a un hablar consigo mismo en presencia de otro.
Algunas conversaciones son monólogos entreverados o atropellados, trueque de afirmaciones sin verificar entre quienes necesitan afirmarse a sí mismos porque desconfían de los demás.
Se pueden pasar horas ante el sagrario hablando con uno mismo, es decir, sin esperar respuesta.
No, de ninguna manera: el sagrario no puede dispensar del diálogo. Hay cosas en la vida que el amor de Dios no puede sustituir.
El diálogo es el camino seguro hacia el sagrario, hacia el silencio, que es como un diálogo sin palabras.
El que no emprende cada día de nuevo este camino no ha aprendido todavía a rezar. Y el que no habla con verdad se pasa la vida hablando del vecino.
La regla de los monjes previene con frecuencia a los religiosos de lo que llama «el vicio de la murmuración». Por algo será…