Crisis económica

Muchos jefes pocos indios por Ángela Vallvey

La Razón
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Actualmente el mercado laboral español es una casa en ruinas que no da cobijo a «todos» los trabajadores. Arreglarla posiblemente implique tener que demoler sus cimientos. Estamos aún entre el Romanticismo y la Posmodernidad, tenemos una anticuada idea del trabajo, casi de concepción ilustrada. Si Rousseau viviera hoy, y fuese madrileño, sería residente en mi barrio y tendría mucho éxito entre nosotros escribiendo invectivas contra las dañinas pasiones de esta sociedad comercial que nos obliga a llevar una vida de trabajo brutal que no puede ser buena para la salud de nadie. Pero lo cierto es que el trabajo ha cambiado. Y más que cambiará. Por no decir que, posiblemente, será cada día más escaso. De momento, es el trabajo el que subraya –mucho más que raza, sexo, religión u origen social, como ocurría antiguamente– la desigualdad de las personas. El reservorio español de prejuicios e ideas preconcebidas sobre el trabajo no ha sido indulgente con nosotros: ha condicionado las políticas poco atinadas que se vienen practicando en forma de leyes extravagantes, y añadidos legales desde hace décadas, pretendiendo tutelar a un improbable trabajador-tipo que el imaginario social pinta casi como un hambriento obrero fabril victoriano. Además, se han llenado las empresas, públicas y privadas, de jefes, mandos, directivos, consejeros, caporales ejecutivos… incluso más numerosos que los trabajadores rasos. Empresas que están despidiendo a docenas de trabajadores que «no pueden pagar» mantienen en sus puestos, sin embargo, a decenas de jefes que cobran, cada uno, más que todos esos trabajadores juntos, y que obviamente abrigan poco interés en que la situación cambie. El mercado laboral español tiene bulimia de «autoridades». La cosa pública rebosa de «cargazos», y la privada no digamos. Para sanear esto de verdad quizás debería haber menos jefes. Sobre todo porque apenas quedan indios.