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Alquimia en el templo

Las catedrales están llenas de misterios y leyendas indescifrables. Incluso se emplearon para ritos alquímicos y masones 

Alquimia en el templo
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En el año 1926, un misterioso alquimista que firmaba con el seudónimo de Fulcanelli y cuya verdadera identidad todavía es motivo de controversia publicó un libro, «El misterio de las catedrales», donde planteaba que las catedrales góticas constituían un compendio de los conocimientos de la alquimia medieval, y por tanto eran los perfectos modelos en los que se exponían, mediante el lenguaje de los símbolos, los principios de la sabiduría hermética. Como gran maestro alquimista, Fulcanelli consideraba que la luz tenía una poderosa fuerza y que, en consecuencia, quien visitaba una catedral recibía toda la energía alquimista procedente de esta luz.

Señala Fulcanelli que los alquimistas medievales se reunían en las catedrales el día dedicado a Saturno, es decir, el sábado, y que serían ellos quienes habrían guardado celosamente las claves del conocimiento hermético; estos iniciados habrían constituido cofradías secretas que en el siglo XVII darían lugar a las logias masónicas. Así se explicaría que la palabra «masón», «maçon» en francés, sea el mismo nombre que se da a los constructores de catedrales y a los miembros de la masonería moderna.

Esta teoría, que ha despertado tanto atractivo en ciertos ambientes, es sugerente, pero los masones modernos no son los herederos de los constructores de catedrales medievales, sino los constructores de una nueva vía hacia el conocimiento surgida en el siglo XVIII, llamado el de las Luces, el del Racionalismo y el de la Ilustración.

El propio Fulcanelli, en cuya biografía casi todo rezuma aromas de leyenda, fue miembro de una sociedad secreta de carácter alquímico denominada «Los hermanos de Heliópolis», la ciudad del sol y, por tanto, la fuente de la luz.

(...) Pero la relación de la alquimia con las catedrales góticas no es una invención de Fulcanelli. Victor Hugo, en su afamada novela «Nuestra Señora de París», de 1831, ya escribió que la catedral gótica era una especie de enciclopedia de todos los conocimientos medievales y, como tal, «el compendio más cabal de la ciencia hermética». En la ficción de Victor Hugo, el personaje malvado de la novela es precisamente un canónigo alquimista llamado Frollo que ha instalado su taller en la torre norte de la catedral parisina.

Hugo no hablaba sobre el vacío. Una tradición recoge la noticia apócrifa de que el obispo Guillermo de Auvernia, que lo fue de la diócesis de París en la primera mitad del siglo XIII, practicaba la alquimia y había descubierto la piedra filosofal.

La catedral de París diseñada en 1163 a iniciativa del obispo Mauricio de Sully era más oscura que la que resultó de las reformas del siglo XIII, debido a los cambios que introdujo el obispo Guillermo en los ventanales y en el sistema de sustentación, así como en la modificación de los programas iconográficos de las esculturas de las portadas.

Los historiadores del arte han supuesto que esas nuevas esculturas se labraron en el siglo XIII porque las que se habían tallado años antes, en previsión de colocarlas en su lugar conveniente, se habían desechado por demasiado anticuadas para los nuevos gustos estéticos de la época.

Pero para los partidarios de la relación de Notre-Dame con la alquimia, las cosas no sucedieron así. En los nuevos programas escultóricos incorporados en el siglo XVIII, ese mensaje alquímico habría estado a la vista de todo el mundo que contemplaba Notre-Dame, pero sólo los elegidos sabían interpretarlo.

Y así habría sido hasta que, en el siglo XVIII, el arquitecto Soufflot destruyó la portada principal y la inmensa mayoría de las vidrieras medievales para adecuar el templo a la nueva consagración a la diosa Razón; y luego los revolucionarios derribaron la galería de reyes y arrancaron esculturas y relieves, dando al traste con toda la iconografía medieval.

Fulcanelli sostenía que en cada una de las fachadas de Notre-Dame de París se había esculpido un tratado de alquimia, pero que la destrucción de las esculturas en el siglo XVIII lo alteró todo y desvirtuó el mensaje alquímico. Una dama sentada con cetro y dos libros, uno abierto y otro cerrado, que aparece en la fachada principal de París, incorporada en el siglo XIX, se ha señalado como representación de la alquimia, pero puede tener cualquier otro significado. Fulcanelli también identificó la alquimia con la figura de una mujer que toca con la frente un cúmulo de nubes.

En el siglo XVIII, la alquimia no era una actividad extraña en ciertos ámbitos intelectuales. El filósofo inglés Roger Bacon estudió matemáticas en la Universidad de París a mediados de esa centuria, precisamente cuando se estaban esculpiendo los programas icográficos de las portadas de Notre-Dame, y también aprendió los principios fundamentales de la alquimia, que expuso en su libro «Espejo de la alquimia», tal vez siguiendo los pasos marcados por el obispo Guillermo. Ese libro fue el más influyente en el desarrollo de la ciencia alquímica y hermética en los siglos XIV y XV.

La persecución
Los alquimistas comenzaron a ser perseguidos a mediados del siglo XVIII, tal vez tras la muerte del obispo Guillermo, pero siguieron practicando sus experimentos en la clandestinidad. Pese a ello, la escuela de alquimistas de París no se interrumpió con Bacon. En el siglo siguiente destacó Nicolas Flamel, considerado el más grande alquimista de todos los tiempos.

En el siglo XIX, la tradición alquimista seguía viva en París. En la época de Victor Hugo, un grupo de alquimistas se reunía todos los sábados ante la catedral –incluso se dice que ya lo hacían desde el siglo XV al menos–, y cuando, a mediados de esa centuria, Viollet-le-Duc recibió el encargo de restaurar Notre-Dame, las nuevas esculturas de la fachada principal fueron realizadas según los criterios alquímicos de este arquitecto.

José Luis CORRAL