Crítica de cine

Bardem salva a Iñárritu

En medio de una Barcelona muy dura marcada por la explotación y la falta de integración, planta Gonzaléz Iñárritu al actor, lo mejor de «Biutiful», que ayer concursó en Cannes. Y defraudó un poco

Kitano
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Huérfano de guionista, Alejandro González-Iñárritu se ha abandonado en brazos de Javier Bardem. Ese hombre de aspecto tan rudo que uno no es capaz de entender dónde esconde tanta sensibilidad para el trabajo. El propio director lo admitía ayer: «La linealidad en la narrativa me ha resultado muy difícil porque no tenía cómo esconderme». Así que Bardem (que aunque aseguran que se paseó por Cannes con Penélope Cruz asistió solo a la «première» de la película) todo lo tapa. Esta desasosegante incursión en la Barcelona subterránea, allí donde se pierden las líneas curvas de Gaudí, evoca en ciertos momentos el pulso de la impactante «Amores perros» (2000), pero nunca logra la agilidad de aquellos relatos, quizá lastrada por el peso moral que Iñárritu quiere darle: «Barcelona es hermosa, pero caminando un día por allí después de años sin visitarla, me di cuenta de la comunidad urbana compleja que se está formando en los suburbios y que poca gente quiere ver o integrar, cuando es una realidad que ha impactado a todas las realidades europeas», explica el director.

Inmigrante en su tierraBardem apunta que «es el otro lado de "Vicky Cristina Barcelona", y puedo asegurar que existe, miles de personas llegan cada año en avión y la encuentran». Entre moho y humedad vive Uxbal: «El personaje, que ya estaba en mi mente, me dictó que pertenecía a allí, que era un charnego, un inmigrante en su propia tierra, que había crecido en uno de estos sitios, Santa Coloma, Badalona o El Raval, que me parecen una anticipación de lo que va a ocurrir en el mundo». En la superficie, Uxbal saca a los chinos del taller clandestino para hacerlos trabajar en la construcción, trapichea con los «moros», paga peaje a la Policíapara que haga la vista gorda; en casa, salva a sus dos niños de la bipolaridad de la madre y les hace soñar con hamburguesas cuando en la mesa sólo quedan los cereales que sobraron el día anterior; y en los tanatorios, reconduce las almas que se han ido con deudas pendientes. Además, guarda en silencio un cáncer terminal que le roe de la próstata al hígado. Bardem no cree que estemos hablando de la historia de un santo: «La compasión es la única manera que tiene este hombre de regenerar los efectos de la explotación que realiza y también sufre hacia sí mismo. Estamos tan alejados de este sentimiento en la sociedad que cuando aparece alguien como él nos parece altruista», explica. Iñárritu interviene: «La espiritualidad nos es propia a todos, pero vivimos cegados, aunque podríamos recuperarla si uno logra estar en silencio alejado del celular durante unas horas. Alguien me ha dicho que esta película habla de la muerte, cuando en realidad es un camino a la luz. Es un filme acerca de la vida, la de verdad: la del perdón humano, no del sacrificio».La pregunta era dura, pero había que hacerla: ¿cómo se ha sentido sin la guía de su guionista Arriaga, ese especialista en tricotar historias múltiples? El mexicano ha tirado primero de corrección política: «Siempre he colaborado con gente en distintas etapas, todas ellas muy productivas, también la de Arriaga». Y luego se ha reivindicado: «Cuando uno termina la colaboración con alguien en el papel, la soledad del director es muy fuerte».

¿Lo incendiarán?No se podría descartar que logre, por fin, el premio gordo en el festival que le dio a conocer, pero el galardón para Bardem se da por seguro, a lo que él responde: «A todo el mundo le gusta recibir premios, pero por tópico que suene, el verdadero galardón es estar aquí con una película muy importante que explica cosas necesarias. A algunos les gustará más que a otros, pero dejará un poso de conversación, de diálogo. Luego, si te dan una estatua, lo dedicas, te emborrachas y la guardas en una estantería». «Y si no se lo dan, incendiamos el Palacio», bromea Iñárritu.

Takeshi Kitano, sin compasiónLa expectación por «Biutiful» dejó rezagado a Kitano, más primitivo que nunca, aunque aquí se recuerde especialmente «El verano de Kikujiro». La sinopsis de «Outrage» (Ultraje), su regreso al cine de yakuzas, sobra, pues se trata de un enfrentamiento entre dos bandas rivales del mismo clan de mafiosos japoneses. Pero a Kitano lo que le interesa es el crescendo de la brutalidad de los asesinatos. El realizador, que admitió que lo que pretende es que el espectador sufra, lo logra plenamente: ha concebido algunas secuencias que se instalarán para siempre en nuestras pesadillas, especialmente aquella que ocurre sobre el sillón de un dentista. Entre las rendijas de tanta pelea se cuelan retazos del Japón contemporáneo. Reconoce que algo se está moviendo en su país: «Los antiguos valores orientales son cada vez menos respetados. Leemos todos los días en los periódicos noticias sobre hijos que han asesinado a sus padres». El director concede esta vez más líneas de diálogo a sus personajes, de un mutismo sepulcral generalmente: «Vengo del mundo de la comedia, donde se habla demasiado. Cuando empecé a hacer cine decidí incluir los diálogos justos. Ahora, después de tantos filmes, he decidido dejar que mis personajes se expresen».

En palmitas- Jean-Luc Godard dio plantón a última hora y excusó su ausencia por «problemas de tipo griego», una excentricidad tolerable para uno de los padres de la Nouvelle vague, que, sin embargo, no ha puesto pegas al estreno de su cinta «Film socialisme» en el festival.- Otra de las grandes del cine europeo, Ursula Andress, posó en la alfombra roja a su llegada a la proyección de «Biutiful», y reflejó el glamour más clásico que hace unos días pusieron Alain Delon y Claudia Cardinale. - Avistada en la terraza de un hotel, Penélope Cruz está en Cannes, pero no acompañó a Bardem en su gran noche. Por donde sí se dejó caer Joaquín Cortés, toda una sorpresa, quizá para su ex, Naomi Campbell, que también asistió al estreno.