Galicia
España federal por Ángela Vallvey
La Cuarta República Francesa se vino abajo a causa del problema de Argelia, que se rebeló tras la independencia de Indochina. Los últimos temblores del colonialismo pusieron en evidencia la ineficacia de los gobiernos franceses para afrontar los dilemas del nuevo panorama internacional. Un viejo orden moría (el colonialismo) y un nuevo mundo con países recién nacidos y ventajas y contrariedades inéditas estaba despuntando. Las presiones políticas y militares sobre el parlamento francés acabaron con la maquinaria inoperante de la Cuarta República y encumbraron a De Gaulle a la presidencia. Francia alumbró una nueva constitución que reforzó al poder ejecutivo en detrimento del antiguo poderío de la Asamblea, que se había demostrado incapaz y había puesto al país en una situación de constante crisis gubernamental. Aquella década (1950-60) inauguró cambios espectaculares en una Europa que se desligaba de antiguos privilegios y encaraba la destrucción de su poder colonial. Incluso el socialismo europeo entró en una crisis profunda de la que salió abandonando muchos de sus principios doctrinales básicos. La historia enseña que, cuando las circunstancias apremian, se puede y se deben afrontar los cambios necesarios para desafiar al futuro en las mejores condiciones. Y que, en esta hora, España precisa una renovación constitucional que adecúe el modelo del Estado a las actuales condiciones. Quizás la solución sea una España federal, o incluso confederal, que transforme el papel de las comunidades autónomas y las convierta en algo más que cuentas de gastos. O bien un federalismo asimétrico, lejos del obsoleto modelo del «café para todos», en el que sólo pervivan las comunidades históricas: Galicia, País Vasco, Cataluña y Navarra. Un modelo u otro. Ambos serían válidos. Pero ya estamos tardando.
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