Egipto
Libia no cierra sus heridas
Un año después de la revuelta que derrocó a Gadafi, las milicias ponen en jaque a las autoridades. Aún hay miles de detenidos sin acusación formal
Hace un año, Mohamed fue de los primeros en salir a la calle en Bengasi contra Gadafi, y poco después no dudó en empuñar un arma para luchar contra su régimen brutal. Ahora, aún conserva su kalashnikov, por si fuera necesario volver a cogerlo para defender esa libertad que tanto le costó lograr.
En la capital de la rebelión, donde estalló oficialmente el 17 de febrero y donde se estableció el Consejo Nacional Transitorio, la frustración ha ido en aumento en los últimos meses y los libios han vuelto a protestar, esta vez en contra de las nuevas autoridades, acusadas de tener vínculos con el régimen y de no cumplir con las promesas de la revolución.
En Misrata, la tercera ciudad del país y la que más sufrió la guerra, han vuelto a manifestarse y han conseguido que el Consejo Local convoque elecciones rápidamente: los comicios se celebrarán el 20 de febrero y serán el primer experimento democráticas en Libia, después de 42 años de dictadura. Las elecciones a nivel nacional llegarán en junio.
«Los ciudadanos se sienten frustrados porque no ven democracia ni mejora en sus vidas diarias, pero están teniendo paciencia, por el momento», explica a LA RAZÓN Mustafa Gheriani, una de las caras más conocidas de la Libia libre. Ahora ya se ha retirado de la política y admite que la tarea de las nuevas autoridades es titánica. Aun así, asegura que los libios «están ilusionados y tienen esperanza porque han sacrificado mucho». Gheriani se muestra confiado en que en unos seis meses el país pueda recuperar al menos la normalidad.
Para que esto ocurra es necesario el desarme, así como el desmantelamiento de las milicias rebeldes, que se cuentan aún por decenas de miles. En los últimos meses ha habido una creciente tensión porque los combatientes no quieren someterse a la autoridad del Gobierno, al que culpan de no reconocerles suficientemente su papel en la guerra ni ofrecerle una nueva vida.
En Misrata, cuyos combatientes se ganaron la fama de ser los más duros y nunca aceptaron la autoridad del Consejo Militar central, el problema es evidente. «Muchos revolucionarios no quieren entregar las armas porque no confían en el Gobierno y consideran que éste aún no ha cumplido con sus reivindicaciones», explica Munir al Gayiyi, trabajador humanitario local. La economía es uno de los grandes retos del país, que aún no ha retomado su actividad normal. La población está sobreviviendo gracias a los ahorros y a las redes sociales y familiares: «Nadie se muere de hambre en Libia, pero las dificultades, pero sobre todo el desempleo, pueden plantear un gran problema si no se resuelven rápidamente», explica Gheriani desde Trípoli. El CNT ha anunciado que ofrecerá 2.000 dinares (unos 1.200 euros) a todas las familias en ocasión del aniversario de la revolución y, a pesar de las restricciones financieras, está haciendo un gran esfuerzo para prestar atención a todos los combatientes heridos. Éste es el caso de Mohamed, que ha estado en Egipto rehabilitándose, pero para el ex rebelde el dinero no es suficiente. Quiere ver justicia y asegurarse de que los disparos que recibió en el pecho sirvieron para algo.
Hay muchas heridas que están aún abiertas en Libia, no sólo las de la dictadura de Gadafi, sino las más recientes de la guerra. Muchos niños están aún traumatizados, así como esas mujeres víctimas de abusos sexuales, que jamás han recibido tratamiento por miedo a hablar en una sociedad conservadora.
EL DATO
Torturas
Un informe de Amnistía Internacional denuncia que las milicias armadas, que controlan los centros de detención, están cometiendo abusos graves y generalizados
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