Londres

Crisis artística

La Razón
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Para sus famosos retratos de la jet set internacional, Warhol hacía una impresión fotográfica sobre la que luego daba unas cuantas pinceladas. Si algún cliente no quedaba contento, el artista retocaba la parte discutida pegando un trozo de esparadrapo, sobre el que volvía a pintar. A Warhol le divertía imaginar lo que ocurriría pasados veinte o treinta años, cuando las tiritas empezaran a despegarse y surgiera el original en todo su esplendor.

Estos arrepentimientos siempre han existido en el arte, en particular en la pintura. A diferencia de los materiales antiguos, sin embargo, los utilizados ahora suelen ser sumamente frágiles. Así que nadie sabe muy bien cuánto costará, de aquí a muy pocos años, empezar a conservar el arte del siglo XX: arpilleras, periódicos, trapos, pelos, neones, grasa… ¿Cuánto costarán estos nuevos talleres de restauración?

El coste se multiplica a causa de otro factor, que tampoco es ajeno a la naturaleza del arte del siglo XX. Desde que el urinario de Duchamp ingresó en el canon artístico, es arte aquello que la institución artística, en el más amplio sentido de la expresión, considera tal. Sin límite alguno: todo vale, desde las «instalaciones», a la ocurrencia verbal pasando por montajes faraónicos. En este último caso, la crisis ya ha empezado a frenar las pretensiones excesivas. Sin ir más lejos, el «obelisco» que se alza en la Plaza de Castilla de Madrid como un monumento a la aguja hipodérmica, debía moverse para parecer un objeto ondulante. El coste del mantenimiento rondaba los 300.000 euros anuales. Ya no ondula, si es que onduló alguna vez.

El arte perdió hace mucho tiempo cualquier relación con la belleza, no digamos ya con la trascendencia. La única forma de saber qué es arte está en la etiqueta que lo señala como tal. Así que nadie, si no la conoce, sabe que lo es. Suele ocurrir con el personal de limpieza de los museos y es lo que pasó con las esculturas de un importante artista vasco, ofrecidas a un chatarrero por treinta euros. Fueron rescatadas a tiempo y todo volvió al orden. En Londres roban las esculturas abstractas que engalanan los parques para venderlas al peso del metal. Ha habido que crear una brigada de policía que habrá recibido algún curso de especialización en sensibilidad estética.

Más allá de la restauración y la conservación, el coste del arte moderno se ha trasladado a todo aquello que lo convierte en arte: museos, universidades, contenedores culturales, circuitos de toda clase, muchas veces mantenidos con dinero público. Sin ellos, el arte es indistinguible de lo que no lo es. En realidad, deja de existir. El problema es que todas estas empresas de calificación resultan muy caras de mantener. En los próximos años, vamos a ver cómo el «arte» moderno se enfrenta a una crisis de identidad... económica, por así decirlo.