Historia

Historia

El peligro Sinde

La Razón
La RazónLa Razón

De entre mis recuerdos infantiles sobresale uno relativo a los castigos que recibíamos en San Antón. No era especialmente riguroso. Simplemente, en momentos en que nos habíamos mostrado díscolos, el padre prefecto –o quien lo sustituyera en el ejercicio de su autoridad– nos informaba de que nos habíamos quedado sin la oportunidad de bajar al patio a jugar al fútbol. Semejante anuncio provocaba una reacción de pesada desolación entre mis compañeros de clase, pero a mí nunca me causó el menor efecto. Por el contrario, incluso me creaba en ocasiones una cierta sensación de alegría. Me iba a quedar en clase leyendo en lugar de tener que bajar a un patio donde lo mismo te podían dar un empujón que un balonazo. Recuerdo todo esto porque, recientemente, un modesto editor señalaba cómo en un convite organizado por la actual ministra de Cultura pudo percibir cómo el plato único que se servía era el del miedo. Todos los reunidos estaban inmersos en una situación kafkiana en la que el mensaje resultaba por demás evidente: «¿Quieres subvenciones?, ¿quieres premios?, ¿quieres reconocimientos públicos? Pues abstente de oponerte a la ministra de Cultura y a sus paniaguados». Gracias a Dios no dependo, por decisión propia, ni de subvenciones ni de reconocimientos políticos. Incluso, cuando hace tiempo se me advirtió de que no podía soñar recibir algún premio por eso de que lo tenían que entregar instituciones que no me contemplaban con buenos ojos, pensé que más perdía la editorial que lo convocaba que yo. Por todo ello, porque amo profundamente la libertad y porque considero que pocas cosas más miserables se puede ser que un apesebrado del poder político, estoy horrorizado con la ministra Sinde. No se trata sólo de que rara vez he visto a una mujer peinada de manera más espantosa –ése es un problema estético, pero menor– o de que me cuesta recordar un horror cinematográfico peor a su película «Mentiras y gordas». Me refiero, por encima de todo, a su tarea liberticida plasmada, entre otras conductas, en el desprecio con que ha tratado a ciertos periodistas o en el despotismo de la denominada ley Sinde. En el último momento, parece que semejante engendro jurídico va a salir adelante gracias a que el PP y CiU han decidido apoyar al PSOE. A lo tonto, a lo tonto, una vez más queda consagrado el principio de que acciones que tienen un carácter marcadamente penal no van a pasar por las manos de un juez, sino por las de un comité nombrado directamente por el poder político. Casualidades de la vida, como en el caso de ese CAC a escala nacional que ya está en funcionamiento, la acción va dirigida directamente contra la libertad de expresión e información. Sumemos a eso el dogal que se cierra sobre eso que denominan «cultura» y que, empezando por la ministra, es capaz de considerar que Guttenberg y Cervantes son coetáneos y el panorama de estupidez, ignorancia y despotismo es para echarse a temblar. Sinde ha demostrado que es un peligro para la cultura y la libertad, pero lo mismo sucede con la gente del PP que, olvidando precedentes como el del nefasto Pacto de la Justicia, ha decidido llegar a este acuerdo con el PSOE. Lo lamentarán, pero entonces ya no servirá de nada. Menos mal que no me gusta el fútbol…