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El fin y los medios

La Razón
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Asombra ver cómo la nueva estrategia de los sectores del PSOE empeñados en liquidar a Zapatero apunta la teoría de que el único responsable de cuanto se hizo durante la pasada tregua de ETA no es otro que el presidente, planteamiento interesado que persigue preservar la imagen de Rubalcaba como futuro candidato del PSOE a la Moncloa.

Es evidente que ZP es, en última instancia, la persona sobre la que recae el peso de la negociación, pero conviene recordar lo que de verdad pasó, para que a cada uno se atribuya la tarea que le corresponde.

Es verdad que el origen de la negociación fallida está en Jesús Eguiguren por su vinculación a Arnaldo Otegi. Ambos se reunían cada semana y perfilaron la carta de ETA que llegó a la Moncloa proponiendo un final dialogado. Con la misiva en las manos, Zapatero vio la oportunidad de poner fin al problema y decidió abrir negociaciones. Para tal tarea liberó de sus funciones al entonces portavoz parlamentario, Alfredo Pérez Rubalcaba, y le puso casi en exclusiva al frente de tan relevante gestión.

Todas las decisiones que se toman a partir de ese momento lo son de Zapatero, por supuesto, pero también de Rubalcaba, tapado de la operación y auténtico muñidor de citas y estrategias. Eguiguren pasó desde ese instante a reportarle a Rubalcaba, igual que los otros tres negociadores del Ejecutivo.

Para entender lo que sucedió hay que conocer bien el sentido práctico de la vida que tiene el actual ministro del Interior, hombre acostumbrado a justificar los medios por su fin. No podía ser de otra manera en este caso. El fin era acabar con ETA por la vía política y de manera dialogada. Los medios, los que fueran necesarios, teniendo en cuenta que si se lograba el fin, la sociedad no pondría reparo alguno, transcurridos los años, a lo que se pudo hacer con tal de eliminar el problema.

Era una operación de riesgo que no contemplaba el fracaso porque en Moncloa y aledaños estaban persuadidos de que esta vez era «la buena». El problema es que no lo fue. Y casi todo lo que se hizo ha acabado finalmente saliendo a la luz, con la particularidad de que mucho de ello no es cosa muy honorable. Por ejemplo, el chivatazo a los terroristas para que escaparan y no fueran detenidos. O el cambio de ministros al gusto de la banda. O la sustitución de fiscales profesionalmente impecables, pero políticamente poco moldeables. O decir que no había cartas de extorsión cuando las estaban recibiendo de hecho decenas de empresarios. O el apaño legal para que los proetarras volvieran a las instituciones. O afirmar hasta la saciedad que no se iba a negociar más después de la bomba en la T4 cuando en esos momentos ya se estaban planeando nuevos encuentros.

Si la operación hubiera salido bien, probablemente estos detalles carecerían de importancia. El problema es que no fue así y ahora Zapatero y Rubalcaba, por supuesto, se enfrentan al oprobio de la publicidad de unas actuaciones no siempre de lo más ejemplares.