Oporto
Falcao devuelve la Copa
BUCAREST- Tenía Falcao el encargo de devolver la Copa que tomó prestada el año pasado al Atlético. Y el colombiano, un hombre recto, cumplió con el encargo. Marcó dos goles y hubiera marcado los que fueran necesarios para volver a ganar el trofeo que el año pasado consiguió con el Oporto. Todos entendieron ese triunfo como un préstamo. La Copa pertenecía al Atlético, que la había ganado en su primera edición. Y ayer regresó a casa del dueño.
Las finales se juegan con el alma y el Athletic se la olvidó en el vestuario. Nervioso, impreciso, impresionado por el escenario, el equipo de Bielsa parecía bloqueado por el ambiente, por tener que responder ante esos miles de aficionados que animaban a su espalda con la ilusión del que se siente a punto de entrar en la historia. Concedió quince minutos de ventaja al Atlético, que salió convencido de que la final era suya. Iraola, el capitán, falló el primer pase, una jugada sencilla que entregó a Arda Turan. El equipo de Simeone tradujo el error inmediatamente. Era el momento de empezar la caza. Para el Athletic, la final era un sufrimiento, un padecimiento provocado por la responsabilidad. Para el Atlético, era la oportunidad de disfrutar, de escapar de la rutina del club, de los planes que se cambian cada diez minutos. Ayer tenía un plan que duraba noventa. Y su «9» sólo necesitó la mitad de ese cuarto de hora que le concedió el Athletic para decidir la final.
Si el fútbol es el gol, el fútbol es Falcao. Un juego de dimensiones reducidas, un juego que sólo se juega en el área y con la mirada fija en la portería. En ese espacio se siente intocable, infalible. El «puto amo», que diría Guardiola. Y con el primer balón que le llegó, rompió la cintura de Amorebieta y el partido. No entendía nada el internacional venezolano del Athletic, que le había tapado el perfil bueno, el derecho. Se olvidó de que el colombiano tiene dos piernas y se llevó la pelota a su izquierda para mandarla a la escuadra.
Jugaban los vascos con la presión de honrar la memoria del abuelo, de aquellos hombres criados en Lezama que construyeron la leyenda de la primera final europea de la historia del club. Y la memoria pesa mucho. Por eso las finales son territorio para inconscientes como Muniain, el único de los jugadores del Athletic que se pareció a lo que se espera de él. En la segunda parte se animaron junto a él Ibai Gómez y Óscar de Marcos, otros dos futbolistas sin complejos.
El Atlético, sin embargo, sólo tenía que compararse con sus hermanos mayores, esos chicos que hace apenas dos años llevaron a su equipo al mismo lugar donde estaban ellos ayer. Y, además, tenían a Falcao, que desaparece cuando sale del área, como demostró en un contragolpe cuando tenía todavía medio campo por recorrer. Se hizo un ovillo con la pelota y la jugada quedó en nada. Pero el colombiano volvió a aparecerse en el área. Aprovechó un error de Amorebieta, que perdió la pelota en el borde de ese territorio sagrado para Falcao. Después de pasar por los pies de Miranda y Arda, terminó en el «9», que se dio media vuelta para despistar a Aurtenetxe y marcar el segundo. Era el tanto que le faltaba para alcanzar la media de uno por partido que le sitúa como uno de los más grandes de esta competición. Veintinueve goles en dos años no es algo que esté a la altura de cualquiera. Y a punto estuvo en el segundo tiempo de añadir uno más, pero su disparo se pegó contra el poste de Iraizoz.
En poco más de media hora, el Athletic había echado abajo las ilusiones de sus aficionados y los dos goles del Atlético le habían dejado sin la oportunidad de revolucionar el partido a su estilo. Había perdido la iniciativa, pero no la esperanza. Además, en el banquillo tiene un entrenador capaz de mover las cosas necesarias para que cambie el partido.
En el descanso, el técnico argentino eliminó todo lo que pudiera sugerir una actitud defensiva a sus futbolistas. Aurtenetxe e Iturraspe dejaron su lugar a Iñigo Pérez e Ibai Gómez. La inconsciencia necesaria para acompañar a Muniain. Cambió jugadores y cambió la actitud de sus jugadores. Sus palabras de la previa –«el resultado de la final es irreversible»– debieron de sonar de nuevo en el vestuario. Quedaban cuarenta y cinco minutos para escribir la historia del primer título europeo o para alimentar la idea de un perdedor legendario. No se iba a ir sin intentarlo y, durante gran parte de la segunda mitad, encerró al Atlético en su área. Lo intentó Llorente, también Ibai Gómez, Muniain y Toquero.
Pero el gol llegó de los pies de Diego. Un gol memorable para un resultado histórico. Las finales son para disfrutarlas. Y el Atlético se divirtió mucho más.
✕
Accede a tu cuenta para comentar