Zaragoza
Cómicos
La política tiene un «atrezzo» cómico que a mí no me gusta un pelo. Pero hay que reconocer que los mejores cómicos no están en los teatros ni recorren las verbenas de pueblo, sino delante del atril y detrás de unas siglas de partido. Hasta los buenos oradores, las plumas brillantes –que las hay–, se afanan en achatar las virtudes y se entregan a la charlotada. No hablo de Charlot –gran cómico– sino de Llapisera, Charlot y su botones corriendo detrás de una vaca palurda.
Los grandes cómicos han sido grandes sufridores. La virtud consiste precisamente en vestir la tragedia de comedia. Sufrió Chaplin, quien, pese a ser un empedernido conquistador –y con eso tenía la mitad de la felicidad ganada–, llevó la angustia en unos profundos ojos azules que nos robó deliciosamente el blanco y negro.
Griñán es un orador brillante, como hay pocos actualmente en la política, pero como cómico no tiene un pase. Y lo peor es que él, como es un tío inteligente, lo sabe. Debe saberlo, igual que debió saber lo que decían esos informes de la Intervención sobre las irregularidades de los ERE que lo traen como a un sansebastián. En pleno escándalo en la Consejería de Empleo y con las primeras llamas internas del partido avivadas por el levante gaditano –hablo lógicamente de González Cabaña–, hemos visto al presidente mover las caderas en Málaga. Un movimiento trepidante, mezcla del latigazo de la «Lambada», del «Waka Waka» de Shakira y del «Es la hora, es la hora» de Xuxa. Todo esto, a unos pasos de la candidata malagueña María Gámez y por allí debía estar también el vicesecretario general del partido y ministro de Fomento, José Blanco.
No había necesidad de jugarse el tipo ante las cámaras. Porque da la sensación de que el presidente ya expone hasta en los brindis, como aquel día que Sánchez Mejías soltó aquello en Zaragoza: «Te brindo la muerte de este toro y espero que la Virgen, la nuestra, la del Rocío, no ésta, la del Pilar, me ayude».
Griñán actúa mal. Y no sé si suscribiría las palabra de José Luis Gómez, el gran cómico que será mañana investido «doctor honoris causa» por la Complutense de Madrid: «Sigo con la mente de un principiante»; o le tienta la retirada. Chaplin es Calvero en «Candilejas». Realmente es el propio Chaplin. Y Calvero, un cómico que va de vuelta, se enfrenta a las luces flacas de la incomprensión del público. Griñán no tiene los ojos azules, pero le estropea el blanco y negro.
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