Benedicto XVI
Sacerdotes hoy
Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacienten a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra, sino con la vida, nuestro ‘aquí estoy'…». En la mañana del pasado viernes, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Benedicto XVI pronunciaba estas palabras dentro del rito de Consagración de los sacerdotes al Inmaculado Corazón de María. Cerca de 20.000 sacerdotes de todos los países del mundo musitábamos estas palabras poniendo nuestra confianza en la Madre de los sacerdotes. Casi un tercio de la plaza de San Pedro irradiaba más luz que nunca gracias al espléndido espectáculo de veinte mil albas y estolas blancas que reflejaban el abrasador sol romano. Pocos minutos antes, el Santo Padre nos había invitado a renovar las promesas del día de nuestra ordenación, y a más de uno le venían a la mente recuerdos de años jóvenes, pero sobre todo la actualidad renovada del amor y la fidelidad de Dios en el ministerio al que me llamó. Se hacía presente la enorme obra del Espíritu Santo a través de una pobre vasija de barro que en su debilidad ha podido ser instrumento de Dios para acompañar, animar, socorrer, o anunciar la conversión y amor de Dios a tantas personas que el Señor me ha confiado; sacramentos celebrados, vida compartida con multitud de hermanos en la fe. Todo era una profunda Acción de Gracias.Los días precedentes habían sido el mejor prólogo: dos mañanas de meditación y serena oración contemplativa ante el Santísimo Sacramento, posibilidad de celebrar el sacramento de la Reconciliación, comunión sacerdotal y eclesial… Celebraciones conclusivas del Año sacerdotal, en el 150 aniversario del dies natalis de San Juan María Vianney, que se cerraban con la vigilia de oración en la plaza de San Pedro la tarde del jueves día 10; emotivos los testimonios, espléndida la música, cercano el coloquio del Papa con todos nosotros, y realmente conmovedor el silencio de un plaza abarrotada durante la adoración a Cristo Eucaristía en la custodia ante la puerta de la Basílica. Han sido días cansados y calurosos, pero días de un gozo indescriptible, días de experimentar y vivir la comunión que es obra del Espíritu, comenzando por el grupo de una treintena larga de sacerdotes de nuestra diócesis encabezados por el Obispo D. José Manuel, días de fuerte inyección vital y sacerdotal, pero sobre todo han supuesto una renovada afirmación de nuestro ser sacerdotes hoy, en el presente momento histórico. A ello nos invitaba en su despedida el Santo Padre: «Recordad que no hay mayor felicidad en esta tierra que gastar la vida por la gloria de Dios y el bien de las almas… Vivid hoy, con renovado empuje, este inmenso don que Jesucristo nos ha confiado».¡Gracias, Señor, por tu Amor! ¡Gracias por llamarme a ser sacerdote!
*Capellán de la UCAM
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