Libros
Requetés: historia de un desengaño
Los ex combatientes, ya ancianos, cuentan su historia.
Aquellos muchachos de la fotografía acudieron a las trincheras con el estandarte de su ideología. Pernoctaban en un sueño que ya no podía ser y traían en el rostro toda la heráldica de los viejos héroes valleinclanescos. Acudieron al frente con las astas cruzadas del crucifijo, las boinas rojas que los identificaban y ese tradicionalismo dinástico que habían encarnado por más décadas de lo que ningún optimista hubiera previsto. La historia, sin embargo, les reservaba el peor de sus gestos y les daría la espalda después de que hubieran cumplido puntualmente con el ejercicio del combate. «Es un acto de justicia humana», comenta Pablo Jarraz Andía que, junto a Víctor Sierra-Sesúmaga, ha reunido en el volumen «Requetés» sesenta y cinco testimonios orales de esos chicos, hoy ancianos, que todavía se atrevieron a tentar al pasado y usaron el nombre de «tercios» para denominar sus agrupaciones militares. Maltratados por la historia«No hay intención de reivindicación política o de intentar airear otra visión de la Guerra Civil –se apresura a afirmar Jarraz Andía–. Es contar la experiencia de estos soldados que fueron maltratados por la historia. Han pasado muchos años en silencio para evitar reabrir la tragedia». El libro es una obra extensa con clara vocación de amplitud. Prologado por el historiador Stanley G. Payne y con un epílogo del hispanista Hugh Thomas, son mil páginas cargadas de relatos, fotos, documentos y recuerdos. Un fresco sin intención revisionista, a esos testigos marginados para responder a preguntas diversas como las que Larraz subraya al principio de la obra: ¿De dónde procedía su concepción de la sociedad y su ideario? ¿Qué les condujo a apoyar la sublevación contra la República? ¿Se les podría englobar como franquistas? Cuestiones que van aclarando una a una esos voluntarios que acudieron a defender sus razones en un país dividido por un exceso de razones. Fueron cerca de 60.000 hombres. Provenían de muchas provincias y no sólo de unas pocas, como muchos piensan. Se aliaron a las tropas insurgentes con un único propósito, el de proteger un credo que consideraban amenazado: «Salieron para el frente a luchar contra la República porque querían garantizar su libertad religiosa. Le plantaron cara hasta el final de la contienda. Entonces se les dejó de lado y algunos de ellos fueron, incluso, encarcelados por su postura contraria al franquismo. Fueron ninguneados y algunos de ellos, pocos, "perseguidos". Volvieron de la guerra sin prebendas», insiste Larraz Andía. «Era un sustrato social sencillo. Profundamente religioso. La mayoría campesinos. Van, más que por sus convicciones carlistas para defender su religión. Ellos todavía recuerdan la época de la República como seis años de destrucción de la convivencia en España». Ahí encontraron sus pasos dos requetés de contrapuesta semblanza. Un muchacho de Madrid, de estampa espigada, 16 años cumplidos, formación culta y nombre rotundo: Ignacio Hernando Larramendi. Cayó bajo la tutela de un combatiente maduro, ferroviario de oficio, proclive al vino, enredador y alegre. Nada los unía, más que la causa que llevaban entre manos. Ignacio creció con una ilusión: este libro. Él falleció en 2001, pero la ilusión le sobrevivió. «En las conversaciones prima la sinceridad y un poso de desengaño. Pero mantienen el orgullo por lo que hicieron. Su espíritu. Hablan del horror de la guerra. De lo rudo que fue todo. Pero también de la generosidad que hubo entre los dos bandos. Me comentaron que antes de ir al frente rezaban un padrenuestro por los nuestros y por los rojos. Peleaban sin odio y en ocasiones confraternizaron con el enemigo. Cuando cogían prisioneros, a veces compartían con ellos el rancho y el capote si hacía frío o llovía», concluye Larraz Andía.
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