Historia

París

Románticas vacilaciones

La Razón
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Por principio al menos, don Francisco Martínez de la Rosa fue uno de los pocos españoles que veían un paradigma de moderación en Inglaterra, que había escapado a los horrores de la Revolución Francesa y esperaban que esa «manera inglesa» podía evitar otra revolución a la española, que podría ser peor que aquella y entonces se le ocurrió aquello del «Estatuto» que, según sus cálculos, haría factible la apacibilidad de la organización política, como si no hubiera habido Revolución Francesa, y convencería a los españoles de las bondades de la moderación en las ideas y la acción al estilo «burkiano», unido a la caballerosidad hispana. De manera que proclamó un producto injerto de todo eso que llamó Estatuto, en el mes de junio de 1834, con una ceremonia muy solemne.

Pero he aquí que, en el mes de julio, se presentó el cólera morbo en Madrid y, con él, lógicamente, muchas víctimas y un terror pánico a la muerte, y no faltaron enseguida las oportunas hienas políticas que se dispusieron a aprovecharse de la ocasión, dirigiendo el sentimiento del terror, y dirigiéndolo en favor propio y contra los frailes que eran el chivo emisario, como los judíos y las brujas lo habían sido desde la Edad Media. Se propaló que se había sorprendido a unos muchachos envenenando los cántaros de los aguadores en la Puerta del Sol y uno de esos chicos se había refugiado, corriendo calle de la Montera arriba, hasta el Colegio de los Jesuitas, donde le habían dado acogida, lo que demostraba que éstos eran quienes habían ordenado el envenenamiento; y en los bolsos de los frailes asesinados se habían encontrado misteriosos polvos. Y entonces la multitud funcionó como siempre han funcionado y funcionan las multitudes, y comenzó una terrible quema de conventos y matanza de frailes que duró hasta muy entrada la noche, sin que el Gobierno del señor Martínez de la Rosa, paralizado por miedo a mostrarse autoritario, que ya entonces era lo peor que una autoridad podía ser según los principios jacobinos, no movió ni un dedo para evitar la masacre y ésta quedó más o menos impune. Había sido un mal estreno del Estatuto, ciertamente.

El desconocido autor de «Los ministros en España desde 1800 a 1869. Por uno que no cobra del Presupuesto» asegura que este señor Martínez no era muy ducho en lógica y así un día dio una conferencia en París afirmando que la razón del descubrimiento de América fue que Cristóbal Colón se enamoró de los ojos de una dama andaluza y no podía separarse de ella, aunque, a un oyente crítico de dicha charleta, se le ofreció esta dificultad: «Si Colón no tenía valor y resolución para separarse de aquella señora, ¿cómo es que la dejó y se fue nada menos que al otro mundo? De esta solidez son todos los discursos del señor Martínez de la Rosa». Siempre fue poco contundente.

En 1835, a instancias de Inglaterra, el Gobierno de Martínez de la Rosa llegó a un acuerdo con los carlistas y tras una sesión tormentosa tuvo que salir del Congreso, protegido de quienes le llamaban traidor y querían agredirle, fue acompañado hasta su casa por una escolta militar. «¿Qué es eso, señor?», le preguntó una criada de la casa, y él respondió tan tranquilo: «Nada, festejos de mis amigos».

No era, pues, un cobarde, pero sus ilusiones le perdieron. Le llamaron con el mote de «Rosita la Pastelera», y su mujer le contó que, siendo ella una mocita en el obrador de su padre, ella misma había cantado con las encajeras una copla sobre él, que decía: «Estaba Rosita / haciendo un pastel». Pero es que ni idea debía de tener la buena señora de que entre nosotros, los españoles, se llama pastel a la sería racionalidad política, y democracia al concesionismo o buenismo a la moda, cuyos fundamentos no son más sólidos que los del descubrimiento de América según el señor Martínez de la Rosa, pero cuyas consecuencias sabemos bien que son trágicas.