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Crónica de una balasera

Élmer Mendoza vuelve al escenario de los narcos en «La prueba del ácido»

Mendoza utiliza una jerga coloquial del Norte de México
Mendoza utiliza una jerga coloquial del Norte de Méxicolarazon

Si algo llama la atención en «La prueba del ácido» es su construcción narrativa. Está escrita en tercera persona pero con la apariencia de un largo monólogo exterior. Élmer Mendoza prescinde de las acotaciones y guiones de diálogo, del tipo de información temporal y espacial de la narración al uso, con la aviesa intención de oscurecer la ya de por sí crónica negra de narcos y balaseras. Pese a su adscripción al género, es algo más y algo menos que una novela policiaca al uso. Su prosa, algo caótica, privada de las referencias convencionales y repleta de una jerga coloquial del Norte de México, puede llegar a desorientar al lector. Su rasgo de estilo es crear un relato onírico y aumentar la sensación de irrealidad, como ocurría en ciertas secuencias de «Sed de mal».

Marasmo verbal
Ese confusionismo contagia también a la intriga, aunque Élmer Mendoza lo extiende a toda la narración para diluir la trama y resaltar la musicalidad de las palabras, prefiriendo los destellos románticos y el marasmo verbal a la trama bien resuelta de un thriller de intriga. En cuanto al narrador, no es que sea omnisciente, es que interviene como un protagonista en segundo grado en los pensamientos de cada uno de los personajes, incluso se adelanta a sus acciones, perdiéndose en divagaciones que nada aportan al nudo del relato. Algunas veces crees oír la jerga can-tinflesca: dos cuates bebiendo y lamentándose de su pinche vida. Otras, la prosa se encabalga y adquiere el ritmo de un corrido narco: «En piyama te ves soñada, mi reina, ni se te nota el desvelo». Por momentos adquiere la atmósfera irreal de los guiones que Paz Alicia Garciadiego escribe para Ripstein. Pero cuando se pierde y trata de volver a la diégesis modera la melopea verbosa y centra la narración en el caso, con su asesino y el clásico proceso de indagación policial.

El lector acaba acostumbrándose al estilo desnudo y caótico de Élmer Mendoza, a la jerga prostibularia de los narcos, con sus teiboleras (bailarinas de puticlub), los batos (cuates), morras (chicas), gandalla (aprovechado), achichintles (ayudantes), etc. Si el lector no se aburre, puede llegar a apreciar el esfuerzo del autor por reflejar de forma costumbrista el submundo de los narcos. Lástima que le falte trama y le sobre artificiosidad.


Sobre el autor
Mendoza es uno de los narradores norteños más prestigiosos y premiados de la novela policiaca mexicana de narcos
Ideal para...
heterodoxos de la novela negra con marcado acento mexicano y pretensiones «arty»
Un defecto
Embrujado por la pirotecnia verbal, descuida la trama y acaba por desinteresar al lector
Una virtud
Los hallazgos lingüísticos del argot de los narcos de Sinaloa
Puntuación: 7


«La prueba del ácido»
Élmer Mendoza
Tusquets
400 páginas. 17 euros.