Teatro

Lisboa

«Voy a encargar nuevas partituras de zarzuela»

A pocas horas de que se inicie su primera temporada, el gestor reflexiona sobre el futuro del género español

Pinamonti, de cañas por el centro de Madrid durante esta entrevista
Pinamonti, de cañas por el centro de Madrid durante esta entrevistalarazon

Invitamos a Paolo Pinamonti de tapas por Madrid y, finalmente, es él quien nos descubre una joya escondida entre el turisteo del barrio de Las Letras: La Venencia, una taberna de las que ya no quedan, en la calle Echegaray, 7. Esta casualidad se erige en perfecta metáfora de lo que pretende hacer al frente del Teatro de la Zarzuela: un extranjero que presenta al público español joyas de creación nacional que, por prejuicios o falta de interés, están criando polvo a los costados del baúl del repertorio. Interés no falta, conocimientos y experiencia tampoco (quién puede presumir de haber gestionado coliseos operísticos en tres países europeos: La Fenice de Venecia, el San Carlos de Lisboa y el Festival Mozart de La Coruña). A pesar de su dominio sobresaliente del idioma, todavía se preocupa de saber transmitir cada mensaje y pregunta con frecuencia a su interlocutor si así ha sido. A diferencia de otros, los conocimientos se vuelcan con humildad en su discurso.
-Nos ha traído a un lugar que no puede ser más «castizo». Podría darnos una definición propia del término, tan ligado a la zarzuela.
-Es casi imposible porque no tiene una traducción directa en italiano, hay que usar varias para hacer comprender el concepto: popular, original, ligado a la identidad de un pueblo... Me fascina.
-La Zarzuela nunca se había elegido por concurso como ahora, y es el primer director extranjero. ¿Qué le llevo a presentar el proyecto?
-En 1987, organizamos en La Fenice un gran festival dedicado a Manuel de Falla, por eso tuve que profundizar en mis conocimientos sobre este mundo y me quedé fascinado por su riqueza musical y también por la actualidad del teatro lírico español. En esa misma muestra hicimos el estreno mundial de la primera versión de «El amor brujo», entonces con un joven director que era Christian Thielemann.
-En este estos primeros meses en el Teatro de la Zarzuela, ¿qué ha aprendido de su público?
-A diferencia de mi experiencia profesional en Venecia o Lisboa, donde la experiencia lírica esta cuasi «museificada», aquí la concurrencia está viva, sigue la acción como podía hacerse en la Italia de mis abuelos o mis padres, y llega a cantar. Esto no se puede perder. También el hecho de afrontar un repertorio tan bien definido, algo que lejos de parecerme una limitación, es un valor añadido. En estos momentos difíciles no me atrae tanto programar una vez más «Rigoletto», como descubrir obras como «Los galanteos en Venecia», de Barbieri.
-Es doble ecuación: por un lado, existen pocos teatros con una masa tan fiel, y, por otro, hay una lucha por rejuvenecerlo...
-No es fácil. Los jóvenes tienen otros canales e intereses. El primer factor es el precio, por eso decidimos subir los descuentos para ellos hasta los 30. También existe un problema cultural, y es que perciben este tipo de teatro como algo de generaciones anteriores. Tenemos que conseguir quebrar esa percepción, sobre todo con una comunicación nueva. Pero también proponiendo espectáculos que sepan dialogar con la contemporaneidad. No quiero perder el público que tengo, cosa que lograré si ofrezco calidad, pero deseo otros nuevos. Debemos, además, desmitificar la cultura.
-Ya ha podido constatar esa costumbre tan nuestra de minusvalorar lo propio y exaltar lo foráneo...
-Esto no es sólo de España. Hace tiempo que descubrí el valor musical de Giménez, Chapí, Chueca, Barbieri, que pueden confrontarse con cualquier autor de su época. Hay mucho más de valor en España que Falla, Granados, Albéniz o Turina, las figuras reconocidas fuera.
-Estaba meditando la posibilidad de realizar encargos de nuevos títulos, ¿alguno ha cuajado ya?
-Es un terreno delicado. Mi principal intención es encargar nuevas partituras, porque en el teatro musical hay una contradicción no resuelta entre el lenguaje de las vanguardias y la dimensión narrativa propia del teatro. Existe además un problema ligado a la lengua, tanto el castellano como el español tienen dificultades para conjugar con la sintaxis de la música contemporánea. Tengo varios proyectos que ya empecé a discutir con algunos autores.
-¿Cree que antes de acabar su etapa en la zarzuela veremos algún nuevo título en la marquesina?
-Sí. Es algo que quiero hacer. El problema es que los autores contemporáneos viven en archipiélagos cerrados, el gran desafío para un compositor es dialogar con la dimensión audiovisual que vivimos en la actualidad. De momento, se quedan en epígonos.
-Su otra gran aportación será desplazar el repertorio hacia el Barroco.
-Pretendo aumentar los títulos por temporada a pesar de la crisis, llegar a los siete montajes anuales y recuperar obras del Barroco. Con sus textos literarios de alta calidad metafórica tiene más capacidad de diálogo con nuestros días que otros textos más recientes.
-Alan Curtis tocará en 2013. ¿Cómo reaccionan los directores europeos cuando les ofrece una partitura de zarzuela?
-Existe un interés inicial. Estamos conversando con varios nombres para la temporada 2013/14. Hay que seleccionar para ellos títulos en los que la parte escénica no esté por encima de lo musical.
-Ha señalado que le sorprende en Madrid la alta calidad del circuito teatral. ¿A quién ha cursado invitaciones de los nuevos directores?
-Son muchos nombres, pero me gustan especialmente Miguel del Arco, Andrés Lima y Alfredo Sanzol, de quien vi «En la luna», un gran juego dialéctico con la temporalidad más propio de la música, y creo que algo interesante podría hacer.
-Respecto a las voces españolas, ¿ha encontrado problemas para hallar alguna de calidad, como al señor Mortier le ocurre?
-Me parece imposible que haya dicho una cosa así. España tiene una grandísima tradición de cantantes, pero no hablo sólo de Domingo, Kraus, Caballé y Berganza. He escuchado grandes voces españolas en sitios como Salzburgo, mira a Carlos Álvarez. Y cuando trabajaba fuera de este país contraté a muchas voces españolas.

1981: «Fuenteovejuna», último estreno
En los camerinos de la calle Jovellanos difícilmente se recuerdan los nervios del estreno absoluto de una nueva partitura de zarzuela. Hay que remontarse a un mes antes del famoso 23-F. Se trató de la libre adaptación de la obra de Lope de Vega, «Fuenteovejuna», cuya música firmó Manuel Moreno-Buendía. Según cuentan las crónicas, hubo «largas ovaciones y sonoros ¡bravos!» para el compositor y también para el autor del libreto, José Luis Martín Descalzo, a José Perera, director del coro, a Alberto Lorca, coreógrafo, y a Pere Francesch, escenógrafo. Después, el coliseo dedicado a la lírica española ha vivido estrenos de óperas nacionales, como «Kiu», Luis de Pablo ( 1983); «El viajero indiscreto», también de Luis de Pablo (1988), y «La Celestina», de Joaquín Nin-Culmell (2008). El grueso de las zarzuelas que hoy forman el repertorio se levantaron el telón por primera vez a principios del siglo XX y un grupo más rezagado, pero célebre, como «Las de Caín», de Pablo Sorozábal, que obtuvo éxito a finales de los años 50. El reto ahora es saber cuál será la próxima.
 

2011: Pilar Jurado, nueva ópera en el Real
«La página en blanco» fue el último encargo estrenado del Teatro Real a un compositor español. Pilar Jurado se convertía así en la primera autora española en poner su firma, además de protagonizar, un montaje operístico en la plaza de Isabel II. El coliseo madrileño ha tratado de que la producción actual sea vista. En el año de su reapertura, con «La vida breve», de Falla, se pudo ver también «Divinas palabras», de Antón García Abril, y posteriormente «La señorita Cristina», de Luis de Pablo, «Babel 46», de Montsalvatge, «Merlin», de Albéniz, «La Dolores», de Bretón, «El viaje a Simorgh», de Sánchez-Verdú, y «Faust-Bal», de Leonardo Balada.