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El infortunio por Marta Robles
No hay nada más cruel que el infortunio, capaz de agarrar a uno por la espalda y no dejarlo escapar durante el tiempo que caprichosamente decida. Los hombres con suerte suelen decir que no tienen nada más valioso que la mirada de la Diosa Fortuna.
Los hombres sin suerte saben que su esfuerzo y su alegría no valen nada. Miguel Montes es un hombre sin suerte. Hubiera podido ser lo que nadie sabe. O tal vez no. Nunca se sabrá, porque un día de 1976, la desdicha le miró directamente a los ojos y decidió hacerle suyo. Le ingresaron en prisión en sus tiempos de mili, acusándole de robar de un fusil.
El arma apareció, pero sus posibilidades de ser como los demás se habían extinguido. A partir de ese momento, su vida sería un devenir de entradas y salidas de la cárcel, de fugas y delitos sin sangre, de construir una vida paralela en el exterior de aquel «cementerio para vivos», para tener, al menos, ganas de seguir viviendo. Mientras pasaban los años, casi siempre detrás de los barrotes, iba viendo cómo se les cumplían las penas a los asesinos, a los terroristas, a los banqueros… Y él, sin un solo delito de sangre, con el ansia de ser artista de barro y de palabra y el amor cada vez más intenso a los suyos, pedía a gritos el indulto a una condena demasiado parecida a la perpetua.
Hoy, con 61 años y enfermo de hepatitis C, ha sido indultado. El infortunio le ha robado demasiados años. Pero seguro que él cree que pese a todo, aún le quedan los mejores por vivir. Que así sea.
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