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Carne con pescado

La Razón
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He sido toda mi vida un tipo desordenado en su conducta, reacio a la disciplina del hogar, dispuesto a sacrificarlo todo por ejercer mi derecho a vivir mi propia vida. Lo hice aun a riesgo de que muchas cosas quedasen por el camino y algunos proyectos se viniesen abajo estrepitosamente. No presumiré sin embargo de haber sido un fugitivo, ni siquiera de haberme comportado con la fe caminera de un peregrino. Los míos me consintieron muchas cosas, así que pude volver siempre que quise y en casa nadie olvidó jamás mis cumpleaños. A pesar de mi caótica manera de vivir, he defendido mis empleos al mismo tiempo que como persona, en cierto modo, me dejaba malograr por mis costumbres. En casa lo pasaron mal conmigo, es cierto, y unas cuantas veces me encontré la maleta preparada sobre el felpudo. No le di importancia, así que en una ocasión me mude a un hotel en mi propia ciudad y esperé a que alguien me llamase aunque sólo fuera para recordarme que en alguna parte había todavía alguna carta sin abrir y un cajón con mis camisas. En realidad siempre estuve preparado para que al volver a casa me encontrase la cerradura cambiada y otro nombre en el buzón. No era exactamente como los otros perros de la calle, así que, por muy sórdidas que fuesen, tenía alternativas. No me preocupaba tampoco que la solución se tratase de mudarme a un sitio en el que la comida mejorase de sabor al poco de pudrirse, ni que quien me esperase en cama fuese una fulana con el cuerpo aún caliente de haberse sobado con un tipo de cuyo rostro sólo se sabía de memoria los rasgos del dinero. No podría decir que me siento orgulloso de aquella manera de vivir, ni creo que su recuerdo sea un buen motivo para presumir de independencia. Mi conciencia me hace todavía reproches que corresponden a cosas que ocurrieron entonces y aún ahora a veces me despierto por la noche y medio dormido camino por casa como si recorriese el pasillo de un burdel atestado de macarras, de policías y de marineros. No es que eche de menos a las fulanas de los antros, pero, ¿sabes, colega?, cada vez que echo la vista atrás y pienso sobre lo que durante tantos años fue mi vida, no me siento orgulloso de mi pasado, aunque me hace feliz saber que gracias a mi tenaz insistencia en aquellas compañías femeninas, mi conciencia dejó de joderme el estómago, así que, además de relativizar las culpas, aprendí a comer de todo. El caso es que aquello ya es pasado y no me estorba. Al menos creo que mi mala vida me sirvió para aprender a comer carne con sabor a pescado y contener luego las ganas de maullar.