Historia

París

Una bomba en un ramo de flores por Francisco Pérez Abellán

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Eel 31 de mayo de 1906, el día de la boda del rey Alfonso XIII con Victoria Eugenia Battemberg, se cumplía el primer aniversario de un atentado ocurrido en París contra la vida del monarca español y fue entonces cuando se produjo en Madrid la salvaje tragedia provocada por el anarquista Mateo Morral, que dejó caer una bomba envuelta en un ramo de flores desde el cuarto piso de la finca número 88 de la calle Mayor.

La bomba, de fabricación casera, se arrojó contra la comitiva, dirigida hacia la carroza real, pero tropezó en su caída, algunos dicen que con el tendido del tranvía, y se desvió hacia el gentío. Los contrayentes salieron ilesos, pero veintiocho personas murieron y hubo cuarenta heridos.

Del momento exacto del estallido hay una foto tomada por un joven estudiante de medicina, Eugenio, nieto del escritor Mesonero Romanos. En ella se ve la carroza, con el tiro empenachado, los caballos confusos y enredados, nubes de polvo, heridos, soldados medio muertos, caballos sin montura, una multitud sorprendida y doliente.

Una mancha de sangre caería sobre la nieve del vestido nupcial, alertando del peligro de aquella explosión seca, próximo ya el cortejo a doblar la calle para entrar en palacio. El rey se arrojó sobre la reina para protegerla con su cuerpo, mientras cesaba la alegría confundida entre el estruendo de la bomba y los gritos. La explosión repartió muerte sobre el pavimento, los caballos movían los belfos, los hombres se echaban las manos a la cabeza. En la carroza real, Alfonso XIII, retiró su cuerpo que había actuado como escudo de la reina: «¡No es nada!», gritó para tranquilizar.Los caballos desbocados, los alaridos de dolor, la gente que se dejaba llevar por el pánico. De ahí que Alfonso XIII tranquilizara a sus escoltas.

Un rey valiente, de tan solo veinte años, que se sacudía el polvo del pantalón, se aseguraba de que la Reina estaba ilesa, mientras algunos soldados habían caído de sus cabalgaduras y sangraban. Sin embargo, como diría el Rey, su regimiento de Wad Ras no rompió la línea y evitó la avalancha del pánico. La bomba había estallado en el lado derecho de la carroza. Alfonso XIII explicaba con una sonrisa: «Son gajes del oficio. Un anarquista, ¡nada…!».

El Rey sano, preocupado por todos: «Que se atienda a todos los heridos». El general Lóriga, su preceptor, se muestra rotundo, algo lisonjero: «Se ha portado como un auténtico veterano».

–¿Tú estás herido, Lóriga?
–No. Mataron al caballo y me he dado un golpe sin importancia.

Dice Pío Baroja que la bomba vino de Francia y le fue entregada a Mateo Morral, diez días antes de que explotara, por la persona que más admiraba. El anarquista procedía de Sabadell y habría de morir en Torrejón de Ardoz.

En Alemania se licenció en ingeniería mecánica, aprendió el alemán y se llenó del pensamiento de Nietzsche y del ideario anarquista, de la corriente neomalthusiana. Hijo de un empresario, era partidario de la «propaganda de hecho», es decir, de la violencia como medio para las ideas libertarias.

Logró huir de la pensión desde la que lanzó la bomba y llegó, entre la gente confundida y aterrada, a la redacción de «El Motín», un diario en el que su director, José Nakens, se prestó a ayudarle. Mateo Morral se trasladó a Torrejón de Ardoz, donde fue descubierto en una posada hambriento y con la mano vendada. Un guarda le detuvo y no opuso resistencia, pero según recorrieron los primeros metros alejándose, Morral sacó un arma oculta, disparó al que le había capturado y se quitó después la vida.

Los ojos azules de Maria Victoria Battemberg no tuvieron que empañarse por su marido, el joven rey de España, aunque desgraciadamente sí por su súbditos, pero puede decirse que aquella boda fue también, pese a todo, una ceremonia con novios afortunados, en una época en la que los atentados eran la enfermedad de los reyes.