Fútbol
De todo menos belleza
Se acabó. Ya no nos queda ni el fútbol. La pendencia política que nos viene hasta las elecciones generales del próximo año, la bronca viva entre socialistas y populares a cuenta de todo, hasta de las patas del ciempiés, habíamos creído que podíamos aliviárnosla con deleites como el disfrute que supone ver el mejor fútbol del mundo, en paz y armonía y con equipos de casa. Casi nada. Una gozada al alcance sólo de los españoles, la de poder asistir a un partido de semifinales de champions entre dos de nuestros equipos nacionales, para exhibir el orgullo patrio, agitar deportivamente aficiones, descargar saludables tensiones y olvidarnos de Zapatero y de Rajoy durante dos horas. El nirvana. Nada menos que el 64% de los espectadores que el miércoles se sentaron a ver la televisión eligieron el fútbol, casi trece millones de fieles pegados a una caja tonta. Una marca histórica. Y el Bernabéu a rebosar, con los presidentes del Congreso y del Senado en el palco, junto a José María Aznar. Pero ese ansiado edén ni fue el miércoles ni parece que será posible a partir de ahora. La magia de la Selección de Suráfrica, ese mismo latir de un Casillas que de un Iniesta o un Villa, teme Del Bosque que después de lo ocurrido esta semana haya podido quebrarse.
El fútbol es un juego violento, pero la jerigonza que lo envuelve lo es más. El lenguaje de los jugadores e incluso de los propios comentaristas deportivos: pena máxima, sentencia, disparo, golpe, duelo... Duelo es lo que se esperaba esta semana, y no defraudó. El ambiente previo, calentado por los entrenadores, ayudó a que el partido fuera un encontronazo a calzón quitado. A falta de lances a las porterías, la táctica de los dos equipos fue la del choque, o la de hacer teatro sobre el césped aparentando agresión. Zafio espectáculo. Lástima y diría estafa para tanto aficionado afligido. Hubo un tiempo en que el partido se jugó más tirado sobre el césped que corriendo sobre él. Sólo la espectacular sabiduría de Messi hizo que unos y otros reconocieran que el Barça exhibió al mejor jugador del mundo, en contraposición a un frustrado Ronaldo, incapaz de asimilar la torpe táctica de juego que le había impuesto su propio entrenador.
Así volvió a aparecer Mourinho: sin reconocer sus propios errores, discutido por la mitad de su afición, disculpado por su presidente, ¡qué remedio, en público! La expulsión de Pepe fue excesiva y pocos lo discuten. Pero el lamento permanente sólo vale si eres el mejor. Y la agresión constante –arremetiendo hasta contra UNICEF– no tiene pase. Eso sólo radicaliza la confrontación. Es más, intuyo que no lo aceptará por mucho tiempo ni la siempre elegante afición madridista, ni el presidente, hoy más oscurecido que nunca. Dice Jorge Valdano que «ganar queremos todos, pero sólo los mediocres no aspiran a la belleza porque es como pretender elegir entre un imbécil bueno o un inteligente malo». Salvo los goles de Messi el miércoles, hubo de todo en el campo menos belleza. No me extraña que Valdano haya dejado de entender a Mourinho desde hace tiempo. Lo cierto es que no es el único.
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