Europa

París

El eterno complejo por Francisco Nieva

La Razón
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¡Tantas cosas contribuyen a que ahora los españoles nos sintamos inferiores...! Esto es absurdo, porque tantos países de Occidente están pasado por lo mismo, con muy escasas diferencias. «Mal de muchos...», ya se sabe. Pero si ya estamos acostumbrados desde chicos a escuchar esta antiquísima frase: - «¡Pobre España!». Así como los chicos de otros países del sur de Europa: - «¡Pobre Italia!». «Pobre Portugal!». Se crece con ese sentimiento de inferioridad, inculcado por los mayores. Y sus razones tienen, porque tales países han sido imperios, ahora en decadencia desde hace mucho tiempo. Es un lugar común, pero justificado. Lo han lamentado muchos genios y con suficiente oportunidad, lo que para nada mancha su renombre y su excelsitud como poetas o pensadores. Yo, que he vivido con pasión en Italia, me sentía conmovido, a la vez que admirado, cuando Leopardi dice lo mismo: - «¡Povera Italia!». Lo dicen Manzoni, Alfieri, Silvio Pellico... Basta con vivir una temporada en el dulce y bellísimo Portugal para darse cuenta del ya ancestral y melancólico sentimiento de inferioridad, que incluso resuena en el fado. Todos los países con raíces celtas se muestran así de líricamente acomplejados, y hasta parece que se sienten muy a gusto y encariñados con su complejo, en ese general ambiente de morriña celta, mientras suena la gaita. Pero lo lamentable es que salen de su país buscando trabajo y todavía se pueden acomplejar más, como sucede con tantos emigrantes. Como tal emigrante yo mismo, creía padecer un estigma físico por ser moreno y oliváceo. Ciudadano de segunda clase. Yo no dejaba de ser sospechoso tratando de buscarme la vida. Hasta que me harté. Yo era un chico culto y apegado a los libros. - «Aquí hay que luchar y no amilanarse. Me voy a volver altanero, como un hidalgo erudito y desdeñoso». - «¿Que vosotros tenéis a Mallarmé? Nosotros tenemos a Góngora, que le da mil vueltas. ¿Vosotros tenéis a Descartes y a Montaigne? Nosotros tenemos a Cervantes y a Calderón, que no son moco de pavo. ¿Vosotros presumís de impresionismo y de Manet? Nosotros tenemos a Velázquez y Goya, que son sus maestros y tan impresionistas como él. Y, además, Picasso y Dalí son españoles». Así, en plan chulo y erudito. Y no sólo eso: comencé a presumir de antepasados supuestamente aristocráticos, sólo con cierto fundamento, pero con la mayor seguridad y cinismo. Contaba intimidades pintorescas y señoriales de mi familia, historias románticas y tremebundas que fascinaban. Se lo dije a un amigo italiano. - «Tú, nómbrate conde italiano de lo que sea, y verás cómo te respetan».
Antonio Saura tuvo, en principio, más vista que yo. Se presentó en París luciendo una buena capa española –de la casa Seseña– y un sombrero flexible de ala ancha, guapo como era y cojo como Byron. Aunque a mí me parecía el anuncio del Nitrato de Chile, causó sensación. Otros españoles se defendían como podían, Palazuelo, Chillida, Tapies... Otros no podían, como Lucio Muñoz o Eusebio Sempere. En todo caso era una lucha personal y arriscada llegar a redimirse como español. Al final, pude escuchar de boca de Gaston Bachelard, el gran ensayista francés: - «¡Qué orgullosos sois los españoles!».
Sentimiento de inferioridad, yo lo experimentaba sólo como lector de historia, con distanciamiento sociológico y literario. Pero, en el fondo, era verdad que mis clásicos me parecían admirables, que mi cultura era fabulosamente épica y extraordinaria, que mi lengua la hablaban muchos países que ya no eran España. No me sentí por eso «un patriota», pero dejé de sentir complejo alguno. Tanto en buenos como en malos tiempos, era un viejo tópico lo de «¡Pobre España!».
Los grandes ingenios italianos, portugueses e irlandeses iluminan al mundo y lo han hecho más refinado. ¿De qué vamos a tener complejo nosotros? Somos más pobres, pero no más tontos. Hay que descubrirnos a fondo para que los complejos los tengan otros. Hacen muy bien en socorrernos, porque así salvan el prestigio de Europa.