Murcia

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La Razón
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Decía Ramón Gaya que ser moderno era algo así como inevitable, ¿qué otra cosa puede ser quien aún sigue vivo? Pero ser moderno no era para él virtud alguna. Decía eso –o algo parecido- el desaparecido pintor para ironizar sobre la pretendida modernidad en el arte –y en la vida en general- presentada como un mérito frente a los que no quieren ser a toda costa «originales». Si bien se mira ser original no es necesariamente ser «novedoso», sino más bien lo contrario: regresar a los orígenes. Pasa igual con todo, por ejemplo con el flamenco. El arte jondo, ahora tan cosmopolita, vive ya desde hace unas décadas fascinado por la novedad, por esa especie de «enfermedad infantil» o adolescente de lo moderno como justificación única de lo que se es o se hace. Pero el flamenco siempre ha sido moderno de verdad, artistas como Caracol o como Chano Lobato han sido modernos, han «renovado» y experimentado, pero con naturalidad, porque el flamenco es un arte vivo que nunca ha dejado de cambiar, no una novedad de temporada. Reflexiono sobre todo esto tras asistir A dos espectáculos con artistas importantes –aunque poco mediáticos- que no necesitan ser «modernos» para serlo. Uno de ellos es el muy veterano Curro Lucena, ganador hace muchos años de una Lámpara Minera, que actuó recientemente en Murcia invitado por la Asociación Flamenca de la Universidad. Pese a que nunca necesitó una voz portentosa nos regaló cantes que ya se oyen poco, entregándose, llegando a los vericuetos del sentir sincero y de la emoción. El otro espectáculo, con un ramillete de artistas poco presentes en grandes festivales, pero de calidad, fue en el tablao «El Cordobés», situado en plenas Ramblas barcelonesas, adonde fuimos gentilmente invitados. Un espectáculo dirigido por Farruquito para conmemorar los 50 fructíferos años de vida de este excelente local. Bendita antigüedad.