Cartagena
Ferragosto
No es necesario viajar –o huir- al fin del mundo para vivir la más honda experiencia humana. Puede ocurrir en Los Martínez del Puerto, ahí mismo, al bajar el Puerto de la Cadena. Este verano hemos viajado por el campo de Cartagena. Ya sé que no parece como para tirar cohetes, en una época en la que todo el mundo cuenta en septiembre sus experiencias agosteñas en el Caribe, en la Cuba de los dictadores Castro, en los Orientes (ahora está de moda el extremo); o como mínimo su Camino de Santiago, que te cuentan al detalle, haciéndote sufrir lo mismo que si lo hubieses hecho también tú.
Ahora que declina también el septembrino «ferragosto», evoco nuestro particular «veraneo» en esos campos que una vez fueron muy bellos. Agosto comenzó este año en La Unión, y en otra tarde también flamenca (cantaba Curro Piñana) llegamos a Fuente Álamo, pueblo destartalado, en mitad de la planicie, aunque muy vital en su actividad cultural. Salchichas, jamón, cerveza y tinto de verano siguen siendo excelentes manjares de ocasión. Recorrimos otros días algunas playas -incluido el baño minero de Portmán- en las que mueren estos campos y, al fin, un día, nos casi perdimos en el caserío de los Martínez del Puerto. Acababa el verano oficial y en un bar anodino, una mujer, detrás de la barra, nos contó su personal tragedia, como quien habla del tiempo. Impresionaba que algo tan terrible lo narrase así, casi con alegría porque alguien la escuchaba. Estoicismo en estado puro. Vidas anónimas con más que contar que quienes vuelven de las Américas. Agosto da para mucho, incluso para llegar al corazón de los Martínez del Puerto.
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