Sevilla
San Telmo de Sevilla
Corría el año 1682 cuando, en terrenos extramuros propiedad del Tribunal de la Inquisición, me comenzaron a construir para sede del Colegio de la Universidad de Mareantes. Después me convirtieron en escuela naútica para la marina, de ahí el nombre de San Telmo, patrón de los navegantes. De hecho, me levantaron a orillas del Guadalquivir, y hasta mi puerta llegaba uno de los embarcaderos del río. Pero fui adoptando distintas formas y caras a lo largo de la historia. He sido Sociedad del Ferrocarril y Universidad Literaria. En 1849, fui residencia oficial de los duques de Montpensier. Más tarde, al fallecer la querida infanta María Luisa, pasé a manos de la Archidiócesis de Sevilla. Durante casi todo el siglo XX me reformaron para acoger al seminario, hasta que, en 1989, el Arzobispado de la ciudad me cedió a la Junta de Andalucía para albergar su Presidencia. Por mí han pasado marineros, niños huérfanos, infantas, sacerdotes o incluso el poeta Gustavo Adolfo Bécquer en su época de estudiante. Algunos libros de historia me consideran uno de los mejores ejemplos del barroco español. Además de la portada churrigueresca, muchos se admiran de la fachada donde se encuentran los Doce Sevillanos Ilustres: Montañés, Ponce de León, Velázquez, Lope de Rueda, Daóiz y Murillo, entre otros, todos ellos obra de Antonio Susillo. Pero hoy hay algo que quisiera decirle a la ciudad de mis noches y mis días. Después de cinco años de rehabilitación –gracias al trabajo del arquitecto Vázquez Consuegra– de nuevo pueden por fin visitarme todos los sevillanos. Hoy y mañana estarán mis puertas abiertas para que contempléis la capilla, el hall principal, la escalera imperial, el claustro de las palmeras, el patio de carruajes o el salón de los espejos. Me llena de emoción saber que podéis entrar y pasear por el palacio como hacéis todos los días por ese jardín que es parte de mi alma y de mi ser: el Parque de María Luisa.
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