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Omara y Chucho: dos cabalgan

La cantante y el pianista cubanos vuelven a grabar un álbum juntos catorce años después de «Desafío», que les traerá de gira a Europa en verano

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Forman una pareja de cine, un matrimonio bien avenido sin serlo, un dúo con el que es casi imposible mantener una conversación en la que no se estalle en carcajadas. Omara Portuondo, una niña de ochentaitantos, escorpio, y Chucho Valdés, un libra con algunos menos, se dan la mano en su nuevo disco. La música, que los unió un día en el Tropicana, los ha reunido cientos de veces más alrededor del mundo. Hace 14 años presentaron «Desafío» y ahora vuelven a la carga con trece temas. En España actuarán el 12 de julio en La Mar de Músicas, pero girarán por toda Europa. Ella canta y él, al piano, la admira y calla mientras Omara no deja de hablar y de reír los recuerdos. «Parece que nos lo debíamos. Nuestro anterior disco no fue como éste, que ha nacido como lo hacen las palmeras. Ha participado, por ejemplo, mi hijo Ariel Jiménez Portuondo en la producción, que nos sugirió un tema lleno de ritmo» y Omara habla de «El huesito», aunque se le resiste el nombre porque tiene la costumbre de cambiarlo por «El rabito» y ahí se escuchan las primeras risas. «Los cubanos siempre hablamos en un doble sentido», asegura a modo de explicación.
 
Claro y llanto de luna
Chucho, el hijo del gran Bebo, también ríe. Es enorme, a pesar de que está sentado. No se apea la gorra y luce en la muñeca izquierda un reloj impresionante morado y dorado y un par de pulseras que destacan sobre su piel morena. Precisamente días atrás escuchó la artista a su nieta vía teléfono y a través de la radio cómo ésta le cantaba «El huesito»: «Tiene once años y quiere ser actriz, cantante y tocar el piano y la percusión. Fue un golpe de sensibilidad bastante fuerte, me quedé perpleja y no pude ni razonar ni pensar». A ella le gusta especialmente uno de los temas, «Claro de luna/Llanto de luna», y Valdés asiente («es linda», dice). «Yo canté con Cainas, el compositor. Es tan bonita», dice Omara. Después de un trabajo como éste, ambos respiran aliviados: «Lo hecho, hecho está ya. Verdaderamente no se podía esperar más de un pianista» le piropea ella a él, que contesta pisando la respuesta: «Yo sólo acompaño». Y la ha acompañado hasta la cama. Lo explicamos: se trata de una foto promocional en la que ambos comparten sábanas, tapados hasta el cuello, y ella le mira a él con ojos pícaros. «Lo pasé fatal cuando me hablaron de hacer esa foto. Con lo tímida que yo soy. ¿Habrá que quitarse la ropa? ¿Qué va a pensar su mujer? Y no pasó nada, tan preocupada que iba», explica.

Una familia grande
Ella y él forman parte de la historia de Cuba, con sus luces y sus aristas. Y de la historia de la música. Llevan el son en los huesos y se sienten orgullosos de sus compañeros: «Allí tenemos muy buenos músicos, gente muy grande y con talento. Algunos pasan desapercibidos y es una lástima. Somos entre 11 y 13 millones y hay bastantes conservatorios porque la gente tiene muchas ganas de aprender». ¿Cuándo se conocieron Chucho y Omara? «Todo lo que ha ido pasando ha sido consecuencia de ese encuentro. Yo tenía 15 años y ya era alto», dice Chucho. «Mis papás lo son y mis hijos también son grandísimos». Y sigue Chucho, esta vez, de corrido: «Yo iba bastante el Tropicana,con mi papá. Una tarde, ella pasó junto a nosotros y miró para atrás. «¿Ése es tu hijo, Bebo?», preguntó. Y la vi tan linda. Mi padre me miró, se acercó y me dijo: «Olvídate, que es para mí». «Forget it!». «¿En inglés te lo dijo?», Interrumpe Omara. «No, no, en español, para que lo entendiera bien», concluye Chucho. «Y para mí fue un elogio. Lo admiraba porque era hijo de quien era. Y me di cuenta de que Bebo tenía un genio en casa».