Tokio
Japón contiene la respiración ante la situación crítica de una de sus centrales nucleares
Cuando el viernes por la tarde se supo que el terremoto de magnitud 8,9 que sacudió Japón había dañado varias plantas nucleares en el noreste del país, los expertos señalaron que el «peor escenario» (una posibilidad, se dijo, remota) consistía en una explosión en los reactores a causa del sobrecalentamiento generado por los fallos del sistema de refrigeración.
Pues bien, el «peor escenario» se verificó ayer, cuando una chimenea de humo gris se elevó sobre la planta de Fukushima, a menos de 250 kilómetros de la capital, dejando al descubierto que ni siquiera los rígidos protocolos y las estrictas medidas de seguridad de las autoridades japonesas pueden prevenir este tipo de accidentes. Durante horas, el Gobierno nipón se mostró sobrepasado por los acontecimientos y tuvo que admitir que se había producido un estallido, pero que «desconocía» la magnitud del problema.
Acto seguido se informó de que cuatro técnicos sufrieron heridas en el accidente y de que el escape de radiaciones, aunque mínimo, era ya una realidad. La «alarma nuclear» decretada el día anterior empezó a preocupar, por primera vez, a los habitantes de Tokio. Informes de los que se hizo eco la prensa local aseguraban que el nivel de radiación registrado en el interior de la planta era mil veces superior a lo habitual. Algunas familias hicieron las maletas rumbo al sur, lo más lejos posible de Fukushima, por lo que pueda pasar. Las autoridades decidieron aumentar hasta 20 kilómetros alrededor de la central el área evacuada, intentando sacar de allí, trabajosamente, a los cerca de 50.000 vecinos que residen en dicho perímetro. Fuentes consultadas a media tarde por LA RAZÓN indicaban que la emergencia era digna de ser tomada muy en serio. Aunque tardó horas, acabó llegando una declaración oficial, tranquilizando a la población y a la comunidad internacional, que aguardaba impaciente las noticias de la tercera economía mundial. El ministro portavoz del Gobierno, Yukio Edano, ofreció una explicación técnica de lo ocurrido y aseguró que la explosión había sido provocada por una reacción química entre hidrógeno y oxígeno que, afortunadamente, no había dañado ni el reactor ni el depósito de acero que lo protege.
«El reactor está rodeado por un contenedor de acero que, a su vez, está rodeado por un edificio de cemento armado. Esta última construcción se ha colapsado, pero el contenedor de su interior no ha estallado», detalló. En definitiva, se trataba de una emergencia «controlable» y un escenario en el que las radiaciones tenderían a disminuir. El propio primer ministro, Naoto Kan, acudió a visitar en persona el lugar para transmitir que todo está bajo control. Horas después, la Compañía Eléctrica de Tokio anunciaba que se estaba preparando la inundación del reactor dañado con agua del mar, como una medida drástica para evitar que se siguiese sobrecalentando.
Otro reactor con problemas
Según las autoridades, al cierre de esta edición el reactor número 3 de la central de Fukushima comenzó a presentar problemas de refrigeración, con lo que la preocupación aumentaba. Unos cuantos kilómetros más al norte, en la ciudad de Sendai y alrededores, la devastación provocada por el tsunami era al cierre de esta edición difícil de cuantificar. El recuento oficial de muertos y heridos seguía creciendo, ya manejando los centenares como escala estable de medición. Mientras, las estimaciones de la agencia nacional Kyodo colocaban el saldo de víctimas holgadamente por encima del millar, una cifra a la que dio credibilidad el propio portavoz del Gobierno.
Los cadáveres eran recogidos en las playas y rescatados de entre los escombros, y posteriormente almacenados en gimnasios y otros edificios municipales. «Muchas personas quieren salir de la zona, pero están atrapadas y no pueden porque las carreteras están destrozadas, los accesos impracticables y ni siquiera los equipos de rescate consiguen abrirse paso con facilidad», comentaban fuentes diplomáticas. Al cierre de esta edición se había conseguido evacuar ya a unas 300.000 personas de cinco provincias del noreste.
Muchas familias han perdido sus casas y cerca de 3.400 edificios han quedado en ruinas. El panorama desde el aire que mostraban las televisiones era desolador: 30 horas después de la catástrofe seguían viéndose coches, autobuses y barcos flotando a la deriva en los descomunales charcos y lodazales de escombros provocados por la fuerza del tsunami.
Poblaciones enteras han sido engullidas por las olas y los incendios siguen consumiendo casas, infraestructuras y fábricas, ante la impotencia de los supervivientes. Los equipos de rescate tardan en llegar, debido al estado calamitoso de los transportes y las comunicaciones. En el noreste del país sigue faltando electricidad y agua corriente. Existe además el temor de que se produzcan epidemias en distintos puntos, lo que agravaría la situación de las personas que han quedado atrapadas.
Entretanto, unos 50.000 militares fueron movilizados para ayudar en las actividades de rescate y desescombro. Uno de los escuadrones que trabaja con más intensidad, día y noche, es el de los equipos que rastrean el terreno en busca de supervivientes: cerca de 200 aviones y 25 barcos desplegados por la costa.
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