Artistas
Juliâo Sarmento y el arte de incomodar
El objetivo de su forma de crear arte es «incomodar». «Creo que está claro, ¿no?», dice Juliâo Sarmento sobre la exposición que inaugura en La Casa Encendida.
Eso lo comprueba cualquiera nada más empezar la visita, que arranca con una «performance» en la azotea. Sólo puede verse de forma individual, y se desarrolla en una caseta como un palomar con el interior pintado de verde y luz fluorescente blanca. El ambiente dentro está cargado bajo el sol de mediodía y una pareja está sentada con la mirada perdida. Ella enciende la música y da comienzo una interpretación íntima (para todos los públicos) en la que nos sentimos ajenos, turbados, profanando una intimidad que nos turba.
Temas recurrentes
Éste es el juego que propone Sarmento y que no duda en utilizar escenas más subidas de tono disimuladas (otras no tanto) para reflexionar sobre el espacio, la intimidad, el voyeurismo. «Para mí el sexo está en la vida y es un objeto, como un huevo o una botella, no tiene otra función», dice el artista, cansado de contestar sobre sus temas recurrentes. Otra de sus «costumbres» es utilizar representaciones femeninas sin cabeza. «Tiene que ser así para que se entienda que es una figura genérica, que si le pongo ojos o nariz, ya es alguien en concreto», asegura sobre la mujer, que le inspira como una constante. El comisario de la exposición y crítico de arte de «The Guardian», Adrian Searle, también ha jugado con la doble lejanía de amigo y experto en la obra del artista. «Todo en su obra gira en torno a las distancias físicas y psicológicas», dice el crítico. Por ejemplo, las que se crean en torno a dualidades entre la intimidad o el fetichismo, la representación de las estrellas de cine o las no estrellas del cine porno, más desnudas que ellas pero más anónimas. «¿Debo mirar? ¿No debo? Eso es lo que se pregunta el espectador», apunta Searle. En algunos casos, no podemos apreciar lo que se ve, al estar tan cerca, como en «Close», una videoinstalación creada junto al director Atom Egoyan, montada en un alto muro, pero del que no podemos despegarnos más de 60 centímetros.
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