Barcelona
Linces
Me considero un gran aficionado a la literatura venatoria. España es un paraíso de la caza y viven de ella centenares de miles de personas. También se caza con la lectura. Siempre el enigma y la discusión del lobo, desde el siglo XIV. Ahora el lobo se puede batir del Duero hacia arriba y está protegido del Duero hacia abajo. Ya lo tenemos en Somosierra y el Guadarrama, y muy pronto recuperará sus territorios en los Montes de Toledo y en Sierra Morena, para disgusto de los ganaderos. Tres son las especies intocables. Oso, lince y urogallo. Abundaban a principios del siglo XX. En Liébana, las familias se reunían en Navidad en torno al «faisán», que así llamaban al gran gallo de los bosques. Hoy, apenas quedan unos pocos cantaderos en los altos hayedos lebaniegos, paseados palmo a palmo por García de Enterría. Y osos hay más de los que dicen por aquello del dinero europeo, pero aún se halla en situación de máximo peligro. Y el lince ibérico, nuestra gran maravilla, sobrevive en unos centenares de ejemplares distribuídos por Sierra Morena, los Montes toledanos, las manchas extremeñas y el Coto de Doñana. Algunos llevan en el cuello esos horribles localizadores que tanto humillan la estética de los animales. Los expertos hablan y no paran de los motivos que han llevado al lince hasta su cercana desaparición. Respeto a los expertos profundamente, que no a los ecologistas «sandía», que se cuelan en todas partes. Que si la mixomatosis de los conejos, que si el descenso de la perdiz roja brava, que si los furtivos o las cunetas convertidas en sus tumbas después de ser atropellados en los caminos y carreteras. Semanas atrás pude, al fin, saber las causas de la paulatina mengua del lince ibérico en nuestros espacios naturales. En una librería de viejo, perdido en una alta estantería, encontré la primera edición de la Ley de Caza, editada en Barcelona en 1903, aprobada por Real Orden y rubricada por don Javier González de Castejón y Elío. En el referido Reglamento se considera al lince ibérico una alimaña. Un animal dañino, como el lobo, y se ordena a los señores alcaldes de todos los municipios de España el pago inmediato a quienes llevaran a los ayutamientos ejemplares muertos de lobos, linces y aves rapaces. Por cada lobo , 15 pesetas. Veinte por una loba, y siete con cincuenta céntimos por un lobezno. El lince estaba menos cotizado por la Administración. Tres pesetas con setenta y cinco céntimos a cambio del ejemplar cazado, normalmente con trampas o cepos. Las aves de mayor tamaño que el milano, cuatro pesetas, y las de menos volumen, dos pesetas. Se calcula que más de quince mil linces y veinte mil lobos fueron canjeados por los ayuntamientos de las primeras décadas del siglo XX por dinero inmediato.
Y vuelvo al mismo lugar de González-Ruano con su artículo sobre los almendros en flor. ¿Qué narices nos importa esto de los linces cuando España, nuestra Patria, se está destruyendo? Y retomo el argumento del gran columnista. ¿Qué pasaría en nuestros campos si los linces, los lobos, los osos, los urogallos y las águilas desaparecieran? ¿Acaso es más necesario un alcalde de «Bildu» que un lince? Bajo ningún concepto. ¿Sucedería algo importante si Leire Pajín se retira a Benidorm y abandona la política? Nada de nada. ¿Se notaría en Liébana, o en las montañas palentinas, leonesas y asturianas la ausencia definitiva de los osos? Todo.
Lo que hay que escribir para no caer, una vez más, en el tedio de la política.
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