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Despilfarro a patadas
En ocasiones me he preguntado si existe algún fundamento empírico por el que pueda explicarse que las presidencias de los clubes de fútbol importantes sean ocupadas por unos personajes que, salvo honrosas excepciones, comparten una mediocridad evidente enfundada en trajes caros, un engreimiento que se vuelve servil con los poderosos y despectivo con los débiles, y una fortuna personal procedente de la chatarra, el ladrillo o la buhonería hostelera. Parece como si el ADN presidencial exigiera esas características a la que hay que añadir otra: el amor por sus negocios y sus intereses es siempre superior al aparente amor a los colores del club.
Los regidores de estas sociedades, sean deportivas o anónimas, las han llevado a una situación de quiebra financiera por el procedimiento al alcance de cualquier autonomía: gastan más de lo que se ingresa. El dinero fácil de la televisión convirtió a estos jerarcas en Midas provincianos que se permitieron fichajes inalcanzables y presupuestos de delirio. Apareció la figura del intermediario y la sospecha de que, cuanto más caro es el fichaje, más dinero queda para esos maletines de la contabilidad B. Y no hay control. Ninguno. Cualquier torpe puede llevar a la ruina al club ¿de sus amores? sin que le amenace responsabilidad ninguna. Una vez que el personaje ha dado ruedas de prensa como si fuera un científico, y ha convertido el palco en departamento de relaciones públicas de sus intereses, puede marcharse seguro de que nadie le reclamará un euro. Será el Ayuntamiento, o sea, el dinero de los contribuyentes, incluidos aquellos a los que nos les importa el fútbol, el que subvencionará el derroche por el honor de la ciudad.
Claro que hay pequeños y medianos empresarios que, en muchas localidades, pierden tiempo y dinero, y sostienen el fútbol pequeño de base, pagando de su bolsillo el sostenimiento de un equipo. Pero no son los que representa el señor de rostro serio, que estrecha la mano del delegado de los futbolistas, como si estuviera sufriendo un terrible disgusto. Acostumbrados a no humillarse ante nada ni ante nadie, no es extraño que no les haya gustado la visita del cobrador del frac, es decir, la reclamación de los obreros del pelotón que, por modestos, tardan en que su voz se escuche.
¿Servirá de reflexión para evitar dispendios en el futuro? Ni mucho menos. Lo que su avilantez ha discurrido ha sido intentar que pague el medio que hizo grande el fútbol, el que convirtió los partidos en una narración bélica, en una apasionante aventura: la radio. No olvidemos que no están en la presidencia para hacer amigos, sino para ganar dinero e influencias. Incluso tienen su monumento: esos rascacielos del Paseo de la Castellana, de Madrid, se construyeron sobre los terrenos y huertos de una gente modesta a la que les expropiaron sus tierras porque iban a hacer una sociedad deportiva. La hicieron Pero después levantaron esta prueba de la especulación, estas modernas pirámides del agio que nos hacen perder cualquier esperanza de que vaya a terminar la locura del despilfarro.
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