Barcelona

Tú eres Pedro

La Razón
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Benedicto XVI no tiene el carisma ni el tirón popular de su antecesor. Juan Pablo II tenía una personalidad arrolladora y todas las características de un líder natural. Su pontificado se desarrolló además en un momento de cambios geopolíticos profundos a los que no sólo no fue ajeno, sino que intervino en ellos de manera decisiva. Su alargada sombra pesa de manera inevitable sobre su sucesor, un hombre intelectualmente mucho más preparado pero infinitamente menos atractivo. Pero en estos tiempos de relativismo moral su solidez intelectual y doctrinal siguen siendo el referente indiscutible para los más de mil quinientos millones de creyentes de todo el mundo. Aunque sólo fuera por respeto a todos ellos, el Gobierno español, que también representa a los católicos, podría haber puesto un poco más de entusiasmo y algo menos de frialdad ante la presencia del Papa en Santiago y Barcelona. Lejos de eso, el presidente Zapatero quiso marcar distancias y no sólo metafóricamente. En cinco años no había viajado a Afganistán, donde nuestros soldados están sufriendo los rigores y peligros de una guerra, aunque la versión oficial haya buscado todo tipo de eufemismos para referirse al conflicto. Tenía que ser justo el sábado en el que el Pontífice llegaba a Santiago. Casualidades de la vida que no dejan de chocar con la satisfacción que le produjo asistir junto al presidente turco, el único que le siguió el juego de la ya olvidada Alianza de Civilizaciones, a la cena que ponía fin al Ramadán hace un par de años. Y es que el laicismo de ZP se circunscribe a la Iglesia Católica, como demuestra lo que ha trascendido del borrador de la Ley de Libertad Religiosa, que, mientras no se diga lo contrario, seguirá su curso. Claro que es posible que Rubalcaba, que posee una inteligencia política notable y sabe que eso de la «remontada» es un camelo para consumo interno, decida meterla en el baúl de los recuerdos para no añadir más razones a quienes, desde posiciones moderadas, están hasta la coronilla de los radicalismos de los que se ha hecho gala en los últimos seis años. Un radicalismo que sigue teniendo su reflejo en quienes desde los medios de comunicación les han dado un protagonismo que, en realidad, no tenían a los que se han hartado de protestar por la visita papal. Poca gente y mucha caja de resonancia para insultos zafios, o argumentos demagógicos. El más extendido, el del coste, lo tiró por tierra en unas declaraciones impecables el alcalde socialista de Barcelona, Jordi Hereu, asegurando que cientos de millones de personas colocarían la Ciudad Condal en el mapa gracias a Benedicto XVI, y eso tiene un valor infinitamente mayor que los euros gastados por el erario público. Sobre todo cuando el despilfarro en temas cuando menos extravagantes ha sido la norma en no pocas ocasiones. Benedicto XVI no es Juan Pablo II, pero ha tenido el coraje de enfrentarse al escándalo de la pederastia, que, siendo un asunto gravísimo, no puede extenderse como una mancha de aceite a toda la Iglesia como pretenden los laicistas recalcitrantes que siempre ven la paja en el ojo ajeno e ignoran la viga en la propia. Es cierto, Santidad, no eres tu antecesor. Pero no cabe ninguna duda de que tú eres Pedro.