Historia

Berlín

13 días al borde de la guerra nuclear

Cuba se convirtió en un dolor de cabeza para el presidente John F. Kennedy en los casi mil días que estuvo en la Casa Blanca, pero nunca tan grave como en octubre de 1962

Memorándum que Robert Kennedy redactó a petición del secretario de Estado, Dean Rusk
Memorándum que Robert Kennedy redactó a petición del secretario de Estado, Dean Rusklarazon

Durante toda la Guerra Fría, nunca estuvo el mundo tan cerca de un desastre nuclear como entre el 14 y el 28 de octubre de 1962. Aviones espías estadounidenses, los famosos U-2, fotografiaron bases de misiles en Cuba, instaladas por los soviéticos y apuntando hacia Estados Unidos. La historia se ha contado en numerosas ocasiones, pero esta semana se han desclasificado numerosos documentos inéditos del que fue Fiscal General en aquel periodo, Robert Kennedy, que nos aportan más información sobre ese episodio, probablemente el más grave al que se enfrentó su hermano John en el breve periodo en el que fue el líder del mundo libre.

Mucho antes de que la crisis tuviera lugar, el equipo de John F. Kennedy tuvo sospechas de que el dirigente soviético Nikita Kruschev no jugaba limpio. En julio de 1962, le había pedido ingenuamente a Kennedy que no se hicieran más vuelos de reconocimiento en Cuba, una isla en la que Fidel Castro era el mejor aliado en América de la URSS. En septiembre de ese año se tuvo conocimiento de que Kruschev tenía misiles «defensivos» en el territorio de Castro, pero los aviones espías detectaron unas semanas más tarde que la situación era mucho más grave: misiles balísticos de alcance medio, así como los MRBM y los IRBM, además de 21 bombarderos Il-28 de alcance medio en emplazamientos en construcción. Disparados, en pocos minutos esos misiles podían estar en Washington.

Kennedy apostó por un bloqueo en vez de un ataque militar contra Cuba, algo que hubiera provocado una guerra nuclear. La diplomacia se impuso a las presiones de algunos de los halcones del Pentágono y el conflicto solamente se saldó con un avión derribado y la muerte de su piloto, Rudolf Anderson. Pese a la carta de pésame de Kennedy, todavía hoy el Pentágono niega que sucediera este último hecho.

La nueva documentación nos aporta una perspectiva hasta ahora desconocida de los acontecimientos. En caso de un ataque de Estados Unidos, Kennedy pensaba que Kruschev respondería militarmente en Berlín. El 23 de octubre de 1962, la CIA elaboraba un informe –hasta hoy inédito y con el sello de «Top Secret»– en el que estudiaba las posibilidades de la ciudad alemana, en la parte controlada por los aliados, para resistir un bloqueo y/o ataque: «Berlín Oeste está económicamente preparado para un bloqueo total. Estimamos que existen abastecimientos de alimentos básicos para mantener la población de Berlín Oeste en buenas conciones físicas durante seis meses». El mismo informe apuntaba que el factor crítico dependería del «movimiento soviético, así como de lo rápido y fuerte que reaccione EE UU». Si se contestara bien, «probablemente aliviaría la presión inicial y mantendría la moral durante unos pocos meses».

«Está usted en un aprieto»
En el verano de ese año, John F. Kennedy instaló varios equipos de grabación en diferentes espacios de la Casa Blanca: el despacho oval, la sala de reuniones del ejecutivo y la biblioteca. El por qué quiso registrarlo todo es un misterio que se llevó a su tumba, aunque se cree que quería guardar todo ese material para unas futuras memorias. El caso es que gracias a este hecho podemos saber qué pasó en los diferentes encuentros del Ex Comm, el grupo que se encargó de coordinar la crisis. No faltan las presiones militares en esas cintas. La más importante vino de la mano del general Curtis LeMay, quien sostenía que los soviéticos no reaccionarían de ninguna manera ante las armas de Estados Unidos. LeMay llegó incluso a insinuar que haría público que Kennedy había sido «blando» ante la presión soviética. Tal y como se escucha en la grabación, el militar asegura que «me parece que un bloqueo y un diálogo político serían considerados por gran parte de nuestros amigos y de los países neutrales como una respuesta excesivamente débil ante estos acontecimientos. Estoy convencido que muchos conciudadanos estadounidenses pensarían lo mismo. En otras palabras, está usted en un buen aprieto en estos momentos». Kennedy se enfadó ante estas palabras y le pidió a LeMay que repitiera lo dicho: «Digo que está usted en un buen aprieto». El presidente contestó que «usted también lo está conmigo. Personalmente». LeMay nunca ocultaría su desprecio ante los Kennedy y el 22 de noviembre de 1963, poco después del asesinato del presidente, fue uno de los pocos militares a los que no se pudo localizar, disparando todo tipo de rumores sobre su comportamiento en esa trágica fecha.
El 22 de octubre de 1962, Kennedy se dirigió a su país y anunció un bloqueo en Cuba, remarcando que se habían descubierto emplazamientos para misiles en la isla. Lo que no se conocía hasta la fecha es que ese no fue el único texto que se preparó para aquella emisión. Ted Sorensen, uno de los principales colaboradores de aquella administración y autor de algunos de los discursos más conocidos del presidente, redactó otro texto destinado a un hipotético ataque militar de Estados Unidos. Robert Kennedy guardó entre sus documentos copias de aquello. En el guión quedaba redactado que «esta mañana he ordenado a las fuerzas armadas el ataque y la destrucción de las bases en Cuba». Sorensen sugería al presidente que en su intervención hiciera mención de la situación en la que se encontraban las armas ofensivas hacia Estados Unidos, así como hacer catálogo de todo el armamento soviético que tenían en contra, con la posibilidad de mostrar ante las cámaras algunas de las imágenes captadas por los U-2.

La intervención del embajador estadounidense, Adlai Stevenson, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue la guinda a la ofensiva diplomática de los Kennedy. En un debate con el diplomático soviético Valerian Zorin, le presionó para que confirmara sobre el despliegue militar en Cuba. «¿Sí o no? Y no espere por la traducción para darme una respuesta», le espetó. Zorin empezó a dar largas y Stevenson contestó que esperaría una respuesta «hasta que se congele el infierno».

En el último momento, los barcos soviéticos que se dirigían a Cuba dieron media vuelta. Pero Kennedy, a espaldas del Pentágono, llegó a un acuerdo con Kruschev, comprometiéndose a deshacerse de los misiles estadounidenses instalados en Turquía y que apuntaban hacia la URSS.

La crisis de los misiles sirvió para abrir también nuevas vías diplomáticas. Mientras la CIA y el Pentágono trabajaban en varios y rocambolescos planes para matar a Castro, los Kennedy empezaron a emplear el diálogo con el dirigente cubano. El periodista francés Jean Daniel –por entonces corresponsal de «The Nes Republic»– fue el encargado de llevar mensajes secretos entre Washington y La Habana. Castro le dijo a Daniel que Kennedy podría pasar a ser «el presidente más grande de Estados Unidos, más grande que Lincoln», gracias a este intercambio. El periodista estaba con el líder cubano cuando tuvieron noticia de unos disparos en Dallas.

 

Una reunión decisiva
En el archivo de la Biblioteca John F. Kennedy se conservan documentos clave sobre aquellos días, como las fotografías tomadas por los U-2 o un mapa de Cuba en el que el presidente marcó la posición de los misiles soviéticos. Muy interesante también resulta un memorándum que Robert Kennedy redactó a petición del secretario de Estado, Dean Rusk. En él, el Fiscal General da cuenta de uno de los momentos álgidos para frenar la crisis, reuniéndose en secreto el 27 de octubre de 1962 con el embajador soviético en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin. Kennedy le dijo que aviones desarmados estadounidenses habían recibido disparados en Cuba y que eso lo cambiaba todo, porque deberían responder de la misma manera. Pese a que el diplomático se defendió torpemente acusando a Estados Unidos de violar el cielo cubano, el Fiscal General le rogó que considerara sus palabras porque «morirían soviéticos». Fue entonces cuando Dobrynin mencionó que la solución ante la inminente guerra podría ser una política «quid pro quo»: el desmantelamiento de los misiles en Cuba a cambio de que Estados Unidos hiciera lo mismo en Turquía, algo que Kennedy en un primer momento vio como imposible porque el problema turco debía ser también consultado con la OTAN. El hermano del presidente emplazó a Dobrynin a que le pidiera a Kruschev que fuera rápido en su respuesta porque la Casa Blanca tomaría «medidas drásticas». Un día después del encuentro, el dirigente soviético se echaba atrás.