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La sabiduría de los símbolos
Una cosa es que convivamos culturas diferentes y otra, que se diluya la propia identidad en un conjunto de culturas sin señales de identificación alguna. Como casi todo, los símbolos religiosos tienen sentido siempre y cuando son un instrumento desde el cual llegar a lo sobrenatural y no simplemente imágenes sin más ni más. Por eso este emperramiento en erradicar los símbolos religiosos es –o así al menos me lo parece a mí– algo más que un atentado a los sentimientos de los creyentes. Se ha convertido en motivo de división y alejamiento entre las personas. En un atropello a la riqueza cultural de un pueblo. En nuestro caso, el de los españoles todos. Para empezar, el pretexto de la multiculturalidad es tan falso como ofensivo para cualquier creyente, sea de la religión que sea. Lo repito: una cosa es que convivan culturas diferentes y otra bien distinta, que se disuelva la propia identidad en una supuesta alianza de culturas sin señales de identificación. Somos muchos los que compartimos el convencimiento de que es un error absoluto defender que lo mejor para la aceptación recíproca es que ocultemos nuestra fe y nuestros signos religiosos. Para nada son así las cosas. No puede ser el camino la ocultación. El no aceptarnos tal y como somos: como creyentes, por más diferente que sea nuestra religión. Qué estupenda oportunidad la que hemos perdido con esto de los símbolos religiosos para educar en un verdadero respeto a las ideas y a las convicciones religiosas. Una de las personas que mejor lo ha visto y con mayor claridad lo ha señalado ha sido el cardenal Carlos Amigo. No se trata tanto de la vestimenta de los alumnos o la cruz que preside el aula, como de hacer ver que las diferencias son signos de identidad que debemos reconocer y valorar. No está de más recordar, una vez más, que es difícil encontrar un signo más universal que la cruz como representativa de la verdadera paz que todos anhelamos. Es verdad. No hay motivos para sentirse molesto por lo que alguien pueda llevar sobre su cabeza, sobre el pecho, o en la solapa de su chaqueta. Con lo que unos padres quieran poner o no poner en la pared del colegio donde estudian sus hijos. Sólo a los intolerantes, a los que viven pendientes de la exclusión, les rechinan los dientes de rabia porque los demás actúen con libertad al expresar, a través de unos signos, sus convencimientos religiosos en público. Se nos olvida lo que más importa: que los símbolos religiosos son un acervo de valores que responde con sabiduría a los grandes interrogantes de la existencia.
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