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Del euro a Natuca

La Razón
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La Unión Europea es fruto de una evolución. Se empezó con un acuerdo arancelario para el carbón y el acero, de ahí a la libre circulación y luego a un espacio común jurídico, económico, social y de derechos. Tras el Acta Única de 1986 con los Tratados de Maastricht, Ámsterdam, Niza y Lisboa, se ha superado la concepción puramente economicista para ir a la Unión Europea, a una Europa basada en la integración política, económica y monetaria. Instrumento esencial de ese proceso es el euro, símbolo de la Unión Europea. Para hacerlo realidad los Estados sanearon sus finanzas públicas, para lo que se diseñó un plan de convergencia basado en la vigilancia presupuestaria y el control del gasto. Con el euro vino el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que exigía un déficit público no superior al 3% del PIB y así hasta llegar al equilibrio presupuestario. Las críticas no tardaron. El entonces presidente del Consejo, Romano Prodi, afirmaba en 2002 que el Plan de Estabilidad era «estúpido, rígido e imperfecto». En la web de Izquierda Unida leí que el Plan era «improcedente e innecesario» y en una comparecencia parlamentaria –era 2002– el entonces ministro de Hacienda echaba en cara al Grupo Socialista su reivindicación de más déficit público. No eran críticas aisladas. En los Diarios de sesiones de 2001 consta que los detractores de la estabilidad presupuestaria censuraban que se igualase «endeudamiento con despilfarro…desbalance con quemar el futuro de las generaciones venideras». No concebían más que un futuro de gasto y déficit.Esas críticas encerraban un trasfondo ideológico porque tras la estabilidad presupuestaria late el debate sobre el papel del Estado en la economía. Enfrente, el kenesianismo: el gasto público, el déficit como instrumentos para reactivar la economía. El «Financial Times», aludiendo a las dificultades de las principales economías europeas, advertía que no pocos de los inspiradores de la política de estabilidad se sentían incómodos con el modelo que habían alumbrado. «Ahora todos son keynesianos» sentenció en un editorial. Pero el tiempo demostró que ese rigor lleva a una economía saneada, y una economía bien gestionada hace posible el Estado de bienestar.Pero con las hipotecas subprime llegó la crisis del sistema financiero, el paro, la recesión, se disparó el gasto y se ha descubierto la deslealtad con el Pacto de Estabilidad de algunos Estados, como Grecia. Tenía las cuentas trucadas; no será un «Estado gamberro», pero casi. La Unión Monetaria podía estar viviendo de una ficción. España no es gamberra pero sí pródiga: a golpe de gasto electoralista, de negar la crisis, con una deuda pública enorme, diecisiete autonomías y miles de ayuntamientos gastando, ajenos a las exigencias de equilibrio presupuestario, hemos pasado del superávit a un déficit brutal. Se ha puesto en peligro una moneda pensada para gobernar desde la disciplina y metidos en el saco de los PIGS hemos llevado al euro a la crisis, con el riesgo de que la Unión se fragmente y a una guerra de poder entre la Francia solidaria y la Alemania rigorista.En realidad no quería escribir sobre todo esto, pero con la última nómina sobre la mesa ha sido inevitable. Francia y Alemania exigieron recortarla, Bruselas lo ordenó y, encima, Obama lo bendice: ¡qué importante es! En realidad quería escribir de otra cosa porque encima de la mesa tengo otro papel: la tarjeta de selectividad de mi hija Natuca. Ha aprobado e iniciará sus estudios de Grado. Y es que el euro me lleva a Bolonia, otro gran proyecto de la Unión Europea: el Espacio Europeo de Educación Superior. El objetivo es un sistema universitario pensado para la movilidad, la competitividad y el mercado de trabajo; una nueva universidad con mucho de utilitarista y economicista.Del mismo modo que ese otro Espacio –el monetario– se tambalea, arrastra mi nómina y volver al buen camino será «doloroso o extremadamente doloroso», como dijo el Nobel Paul Krugman cuando afirmó que nuestra situación era «aterradora», me aterra que ese otro gran proyecto europeo –el universitario– llevado a España acabe tambaleándose, fracase y arrastre el futuro de mi hija. Nuestra universidad no es precisamente puntera ni está entre las más valoradas del mundo; más bien todo lo contrario. El caso es que sobre tan deficiente base, España ha optado por un modelo universitario muy criticado, cargado de incertidumbres; un modelo basado en carreras comprimidas, «practiconas», que exige invertir mucho y que se instaura precisamente en época de vacas flacas.Europa es un proceso evolutivo, se va rectificando a golpe de crisis para construir sobre bases más sólidas. Con toda probabilidad el euro acabará saliendo adelante: son muchos los intereses en juego. Pero me inquieta el futuro de mi hija; me inquieta que pueda ser un resultado fallido, anónimo, de esa otra política europea ejecutada, además, a la española. Y aunque fiscalmente, como otros muchos, he descubierto que soy rico, la otra riqueza, la real, me impide llevarla a universidades privadas de prestigio o al extranjero. Las consecuencias de Bolonia no las arreglarán ni Bruselas, ni Francia, ni Alemania ni, según mis noticias, inquieta a Obama. Todo quedará entre nosotros, padres e hijos.