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Hockney vs Hirst el arte en guerra
Los dos artistas británicos protagonizan una agria disputa. El primero acusa a su compañero de usar colaboradores en la realización de sus obras, mientras él se jacta de hacer él mismo las suyas. La polémica está servida
El individualismo es una provocación. Sólo los locos, los borrachos y los suicidas se atreven a decir lo que piensan. «Todas las obras han sido hechas personalmente por el artista» es una bonita frase, pero un polémico eslogan si se escoge para el cartel de una exposición. David Hockney sabe que las palabras son un arte, como la pintura. Y una manera de asesinar socialmente al rival sin que la policía venga a arrestarte a tu casa y llevarte engrillado al talego. Ni la Orden del Mérito ni haber sido condecorado por la Reina de Inglaterra parecen haber moderado su carácter deslenguado, de chaval malote de barrio. Y, aprovechando la próxima apertura de la nueva muestra de sus trabajos en la Royal Academy de Londres –donde se exhibirán sus innovadores dibujos hechos en iPad–, ha embestido contra Damien Hirst, uno de los Young British Artists; el niño mimado de la fama y el mercado del arte, a pesar de frisar los 46 años; el chico de la calavera de los 8.601 diamantes. «Es un insulto a los artesanos y a las habilidades de los artesanos», ha afirmado Hockney para referirse a su colega, otro de los puntales de referencia del arte británico.
Una cuestión de método
La polémica es vieja. Viene del Renacimiento. Un artista no trabaja con sus manos. Algo que llevaba muy mal Miguel Ángel, que, para cincelar sus esculturas, sudaba y se manchaba. Hockney ha echado en cara a Hirst que la mitad de sus obras provengan de un taller y que no las haya «manufacturado» él mismo, ensuciándose la piel. Como prueba de sus alegaciones tiene el conocido tiburón que le dio aún más fama a Hirst, que ha convertido el arte en un capitalismo de galería, consumo para multimillonarios sin gusto. Ese animal, atrapado para siempre en una pecera llena de formol, fue realizado en el fondo por un grupo de taxidermistas, que, para algunos serán ayudantes, colaboradores del artista. O, también, «For the Love of God» (el cráneo recubierto de piedras preciosas y valorado en alrededor de 72 millones de euros), que remató un joyero. David Hockney y Damien Hirst sólo coinciden en las letras iniciales de sus nombres y apellidos. Todo lo demás difiere en ellos. Por trayectoria, por sus planteamientos, por los conceptos que defienden, por las miradas tan diferentes que sostienen sobre el arte y lo que es el arte. «Yo solía decir en las escuelas de arte que puedes enseñar el oficio, pero lo que nunca puedes enseñar es su poesía, pero ahora intentan enseñar la poesía y no el oficio», subrayó Hockney, de 74 años, durante la entrevista que concedió a «Radio Times». Es la respuesta de uno de los grandes nombres del panorama británico a unas conocidas afirmaciones de Hirst que decían: «tan pronto como yo vendí uno, utilicé el dinero para pagar a las personas que lo hicieron. Ellos lo hacían mejor que yo, que, además me aburría. Soy demasiado impaciente». Ahora, esas palabras pronunciadas en el marco de una retrospectiva que le dedicó la Tate Modern, en la capital de Inglaterra, en 2007 tienen una respuesta muy clara de uno de los maestros más reconocidos. Hockney no ha detenido sus críticas en estas sencillas palabras. Con su flema habitual, con ese mal humor y fina ironía que le han caracterizado siempre, y que en el pasado le llevaron a tener a algún desencuentro conocido con la Corona británica, ha pretendido señalar la distancia que existe entre él y Hirst.
Un dicho oriental
Para conseguirlo recurrió a un dicho oriental que le vino muy bien, y que estaba ahí, a su alcance para recordarlo. Para hacer una obra de arte, para pintar, exactamente, «tú necesitas ojos, la mano y el corazón. No basta con dos solamente». Una nueva crítica a Hirst, un creador que, de momento, ha preferido permanecer al margen de esta crítica directa y no alimentar la polémica con comentarios nuevos que podrían enturbiar más la relación entre ellos y, que, ayudarían a dividir las opiniones de los artistas y especialistas del arte en su país. Además, Hirst comienza una serie de exhibiciones este año. Todas están programadas al mismo tiempo en las once galerías que Larry Gagosian tiene repartidas por distintos países del mundo. Un evento que, seguro, no va a pasar para nada desapercibido (aunque sea sólo por el precio que pueden alcanzar algunas de las piezas). David Hockney tampoco va a quedarse atrás (los dos están atravesando un gran momento).
División de criterios
Aparte de sus nuevas obras, que presenta en Londres y que contiene los paisajes y escenas inspiradas en las tierras de su Inglaterra natal, el Museo Guggenheim de Bilbao, le va a dedicar una retrospectiva este año. Será uno de los puntos fuertes de la programación prevista por esta institución. El mundo del arte se ha dividido de manera inmediata. Algunos han remarcado que Hockney exagera, como subraya Michael Petry, que escribe en el diario «The Independent». Para él, que tampoco se ha quedado corto, sostener los argumentos de Hockney supondría «borrar un siglo entero de arte contemporáneo». A partir de ese instante se han mencionar nombres de artistas que han trabajado en colaboración con talleres. Entre ellos Fra Angelico o cómo Miguel Ángel recurrió a una docena de ayudantes para culminar su proyecto de la Capilla Sixtina. No se menciona, sin embargo, que el concepto de artista y de propiedad de un cuadro o una escultura ha sufrido una modificación a lo largo de los siglos. Esa concienciación no es igual en la Edad Media, que en el Cinquecento o en el barroco.
De Duchamp hasta Gromley
Este rifirrafe entre las dos de las principales figuras del arte en Inglaterra ha rescatado nombres de los libros de arte, como Duchamp, del que se apunta ahora que su famoso urinario no lo hizo él (ahí estaba una de las gracias de su denuncia, por cierto) o Andy Warhol, que se aprovechó de la ayuda de asistentes para rematar algunos de sus principales trabajos. No son los únicos. También Antony Gromley también se aprovechó de los tradicionales ayudantes para culminar sus obras.
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