Escritores
Aston Martin
No sé ustedes, pero desde que yo tengo uso de razón, siempre que me preguntaban que coche me gustaría tener, no dudaba en la respuesta: «El Aston Martin de James Bond». ¿Acaso podía imaginarse máquina de más extraordinaria belleza, con estilo inigualable y mejor equipada? Que se quite la estética y el poderío de los Ferrari, los Jaguar, Lamborghinnis, Daimlers, Bentleys, Heileys y demás purasangres, a ser posible de fabricación inglesa. Nuestro sueño, el que se convierte en crisol y símbolo de una grandeza particular de distinguida dinámica, siempre fue pedirle a un mozo a la salida de un local las llaves de tu Martin, Aston Martin, todavía con el vodka martini en una mano y una misteriosa morena en la otra.
El automóvil, como ustedes sabrán, fue el padre de todos los coches tuneados que después en el mundo han sido. Sólo que con otros complementos y dispositivos mucho más sofisticados y mortíferos gracias a las habilidades de «M» en los talleres secretos de su Majestad la reina. Ametralladoras en los faros, cohetes, escudo antibalas, y otros adminículos imprescindibles para conducir en la vida moderna.
Garajes de coleccionista
Ahora resulta que semejante joya se ha subastado y un excéntrico millonario americano, Harry Yaeaggy, se lo ha llevado a dormitar a sus garajes de coleccionista tras apoquinar la suma de 3,3 millones de euros, lo que a mí me parece particularmente una injusticia y me hace comparar al orondo forrado con el insaciable Goldfinger, al que hay que darle un buen cucharón de su propia medicina. Sería necesario sacar a Sean Connery de los bunkers de golf de las Bahamas, darle su beretta para posar en esmoquin y devolverle la licencia para matar del 007. Podríamos recuperar a la bella Honor Blackman como Pussy Galore de complemento imprescindible, y lanzarlos al rescate del Aston Martin, para poder verlo otra vez bramando por curvas y precipicios. Aunque luego a lo mejor va y se lo agencia Rubalcaba.
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