España
De los Manolos a Manel
Días antes de que saliera a la venta «10 milles per veure una bona armadura» («Diez millas para ver una buena armadura» Warner) ya era número uno de ventas en España.
La avalancha de reservas previas del segundo álbum de Manel confirmaba que se trata de un grupo generacional aunque ellos derrochan humildad y lo achacan a una masa crítica que les conoce bien. Pero si el primer álbum ya era una colección de canciones pop que entraban solas, con el segundo se superan. Vaya si han cambiado las cosas en la música catalana. Antes, sólo Serrat (en 1974 y 1996) y Lluís Llach (1976 y 77) lo habían conseguido en lengua catalana. Aunque hablando de ventas, si contabilizasen las copias de cassette de gasolinera, habría que incluir a Los Manolos. Pero, en presente simple, Manel son una prueba más de que la mejor escena musical en España y está a ese lado del Ebro, y mucho más allá de la rumba.
A partir de aquí, hay que desmontar tópicos. El primero es el del grupo de éxito. «Lo nuestro es un negocio familiar, con un estudio casero», dice Guillem, cantante, al que rápidamente interrumpe Arnau: «Bueno, no tan casero, pero es nuestro. Podíamos probar sin preocuparnos de mirar el reloj todo el rato ni estar pendientes de la fecha de entrega». Interviene Martí: «Nos pusimos un límite, porque si no, estaríamos allí todavía». Han aumentado la densidad de los cortes, tanto en la instrumentación y los arreglos como en las letras. «Una de nuestras preocupaciones era no estar haciendo algo denso», comenta Roger.
El título del álbum es un extracto de «Mucho ruido y pocas nueces», pero ellos citan la adaptación de Kenneth Branagh, no el texto de Shakespeare. «Para que no digan: mira estos pedantes», dice Guillem. Las nuevas canciones suenan como a viejas historias de países remotos, aunque las letras van situando la acción. «No nos interesa, ni somos capaces, de hacer discos conceptuales, ni buscar un denominador común. Unas tratan de juegos infantiles con un bumerán y otra de un soldado que desembarca en Normadía», añade.
El destierro del ukelele
Segunda fase: «Lo nuestro es pop, si hace falta llamarlo de alguna manera, pero no folk». Nadie de la discográfica ha intervenido en sonidos que entran o salen de las canciones. Sólo ellos, después de «unas cuantas discusiones», han terminado por desterrar el ukelele, seña de identidad del primer disco. «El ukelele le daba un acabado juguetón que ya no tiene, al añadirse los arreglos, pero tampoco dijimos: «Vamos a quemarlo". Fue algo que dejó de encajar», dice Guillem, que solía y suele tocarlo.
El tercer asunto es el éxito y la sociología. Son unos tipos que no paran de hablar hasta que se les pregunta si abren camino para el catalán en el pop. Están cansados de la pregunta y, después de un silencio, abre Guillem: «No hacemos sociología. Ha habido canciones en catalán siempre. Para nosotros es algo normal». Ya tienen respuestas ensayadas, como la de la supuesta musicalidad de su lengua: «¿Le cuento la de Mozart?», dice Martí a sus compañeros. Todos ríen.
«Tenemos distintas maneras de atacar esta respuesta», continúa Martí. «Mozart quería escribir ópera en alemán aunque era austríaco, y en el clasicismo se escribía en italiano. La gente decía que era el alemán era antimusical, pero él escribió "La flauta mágica"». Guillem: «¿Y quién era el tío con máscara negra que les visitaba?». Martí: «Es patético porque siempre contamos lo mismo. ¿Pero quieres saber cómo acaba? Pues fue un éxito». Y todos se echan a reír.
Edad de oro
Florecen las canciones en catalán. Mishima, por ejemplo, aparcaron el inglés y fue su mayor acierto «Ordre i aventura», de 2010, es su mejor álbum. El productor de moda en España, Raül Fernández, Refree, publicó «Matilda», un disco bilingüe y soberbio, también el año pasado. Y por resumir con otro gran exponente, los mallorquines Antònia Foint, que más bien parecen salidos de otro planeta, y acaban de editar «Lamparetes».
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