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Andalucía por José María Marco

La Razón
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Basta cruzar Despeñaperros para darnos cuenta de que, estando como estamos en España, vamos a participar en una forma de ser español muy distinta de la que acabamos de dejar atrás. Andalucía es la región más civilizada de Europa: la civilización en Andalucía no se mide por siglos, se mide por milenios, y cuando casi todos los demás habitantes de lo que hoy es Europa vivían en condiciones atrasadas, los andaluces habían visto pasar ya varias culturas de una extraordinaria sofisticación. No hay, por otro lado, ninguna zona en Europa que la supere en belleza, en capacidad para recrear y teatralizar la vida, en sensibilidad para disfrutarla. Probablemente por todo eso, la sociedad andaluza, ha sido siempre prudente a la hora de aceptar los cambios. Ha visto demasiadas cosas e intuye que tiene mucho que perder. Hay zonas de Andalucía que han sido menos desconfiadas, y han conseguido gigantescos progresos sin perder ni una sola de las tradiciones y de las formas de vida que las caracterizan. Ahí están, entre otras, casi toda Málaga, la Costa del Sol, Algeciras, Almería. Los andaluces han demostrado aquí un dinamismo, una creatividad, una capacidad de iniciativa y una voluntad de trabajo extraordinarias. Ha llegado el momento de que la mayoría de Andalucía se sume a este impulso.

El domingo los andaluces se enfrentan a una opción de fondo. Los socialistas llevan gobernando en la región desde el año 1979, y su paso ha sido relevante en muchos aspectos de la vida andaluza. Es difícil, aun así, que tantos años de gobierno no acaben teniendo un coste serio en falta de transparencia, rutinas, corruptelas y algo más que corruptelas. En los últimos años, el peso de esa larga historia ha sido mucho mayor que sus posibles beneficios. Conviene, en resumen, airear la casa de vez en cuando.

Por otro lado, los andaluces habrán de calibrar si su región, que es la quintaesencia de España, se queda al margen del impulso reformista al que se ha sumado prácticamente todo el resto del país. Se puede llegar a entender que el PSOE andaluz pretenda servir de contrapeso a la presencia del Partido Popular en todas las administraciones del Estado español. Ahora bien, la estructura del Estado autonómico garantiza a Andalucía un peso político específico que no se va a ver reducido por la presencia de los populares en su gobierno. Al revés. En nombre de una cierta idea, muy abstracta, del equilibrio de poderes, Andalucía se podría ver marginada del impulso reformista, y obligada a jugar un papel de freno que no conseguiría frenar nada: excepto, eso sí, su propio desarrollo. Además, anclaría a la región en una excepcionalidad de carácter retrospectivo, como si los andaluces se empeñaran en salvar a un grupo dirigente agotado, sin ideas, corrupto en buena parte. Andalucía y los andaluces se merecen otra cosa.