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El divino impaciente

La Razón
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Se va a notar la ausencia en las reuniones artísticas de Madrid de Sigfrido Martín Begué, perejil de todas las salsas, elegante ubicuo, insistente centro de tertulias y animador de saraos. Lo suyo era el caso del personaje que supera a su obra, que por otro lado no era manca. Pero podría decirse que una fiesta sin Sigfrido se quedaba hueca, con su habilidad para hacerse anfitrión de todas, hasta las ajenas.

Recuerdo su aparición en escena en la capital de la Movida en los años 80, como el niño litri, repeinado y con sempiterno traje de sastre, dando lecciones de arte y cultura general a una generación asilvestrada e intuitiva en búsqueda de novedades. Fue siempre un erudito de salón con conocimientos universales, que lo mismo te hacía un análisis de la arquitectura de Le Corbusier, que explicaba las razones cromáticas de un Picasso, desestructuraba las claves del Pop, te recitaba entero diálogos de «La escopeta nacional», o te hablaba de la última operación de la baronesa Thyssen. Sus fuentes de charla eran inagotables, lo que algunos confundían con un toque de exquisita pedantería al límite de la verborrea.

Su formación académica, en arquitectura y bellas artes fue impecable. De ahí sus cuadros, que tanto tardaba en pintar, con inmaculadas líneas de clasicismo trastocados por sueños surreales. Su arte se extendía a otros campos, sin perder un afilado estilismo neo-vanguardista, en escenografías de óperas que tanto amó e incluso en figuras para fallas valencianas. Hace un año (pasa inexorable el tiempo…) colaboramos juntos en la exposición de homenaje a mi hermano Carlos Berlanga. Triste soledad de los tiempos que corren saciando su crueldad. Ahora tocará hacerle su homenaje a Sigfrido, artista esta vez de la muerte súbita. Desertor repentino en plena Nochevieja con una diabetes incompatible con uvas y turrón para celebrar un año que se presenta triste y sin futuro. Eliminando a la generación de los 80 que pensó que el mundo era una gran fiesta. Hoy, Sigfrido, ni siquiera podrías fumar tus finos cigarros mentolados. Au revoir les copains.