Afganistán
Inseguridad miseria y tropas españolas
Viajamos a la semidesértica Qal-e-Now, a 140 kilómetros de Herat (Afganistán), donde el destacamento español se esfuerza por sobrevivir entre los talibán y vecinos recelosos, que aprovechan su presencia para ganar dinero
Tener que viajar de madrugada en un taxi local, embozada en un burka, acompañada una familia afgana para pasar lo más desapercibida posible, nos da a entender lo arriesgado que resulta llegar por carretera a Qal-e-Now. Tan sólo son 140 kilómetros los que separan Herat de la capital de Badghis, pero hay que atravesar un valle semidesértico entre áridas montañas por un camino de tierra sin asfaltar que hace el trayecto interminable, a la vez que peligroso por las emboscadas de la insurgencia en el complicado paso de Sabzak.
La provincia de Badghis, la segunda más pobre del país, está bajo responsabilidad de las tropas españolas con un contingente de 1.200 soldados. La mayoría están acuartelados en la base Ruy González de Clavijo en Qal-e-Now.
Desde 2005, el Gobierno español ha invertido 30 millones de euros en ayuda al desarrollo en esta paupérrima provincia al noroeste de Afganistán, donde no hay más que polvo, tierra y montañas yermas.
El Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT, en sus siglas en inglés) junto con la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), ha construido algunas escuelas, un hospital, varios puentes y la pista del aeropuerto militar.
Sin embargo, cuando uno recorre las calles de Qal-e-Now, sin aceras ni alcantarillado ni alumbrado público, se pregunta dónde han ido a parar tantos millones.
Los vecinos se quejan de que los soldados españoles sólo tratan con las autoridades locales y no con la gente de la calle. «Nunca vienen aquí a hablar con la población. Bajan de la base con sus vehículos blindados, con escolta, y van directamente a la casa del gobernador», apunta Sadaya Azadi, un comerciante.
«El PRT entrega grandes sumas de dinero para hacer proyectos de reconstrucción y la administración local se embolsa parte del dinero y compra materiales de mala calidad», denuncia Azadi.
Como la mayoría de estos «reyezuelos», el vicegobernador, Ayi Abdul Khani, es un tipo corrupto. Por citar un ejemplo, en Qal-e-Now sólo hay agua potable cada cinco días, porque se reparte por áreas. Lo mismo ocurre con la electricidad: solamente se cuenta con tres horas de luz por la noche.
Aprenden español
«Son 100 afganis (un euro y medio). Muchas gracias, señora», nos sorprende un taxista que habla español. Muchos habitantes de la capital de Qal-e-Now chapurrean el castellano gracias a las clases de idioma que imparten los militares españoles en dos colegios de esta remota provincia. La familiaridad con el idioma es quizás la única relación que existe entre los civiles y las tropas españolas.
Muchos habitantes de Qal-e-Now ven a los militares españoles como un negocio rentable, y preferirían que no se marcharan todavía porque han traído desarrollo a la ciudad. Todos los viernes se monta un mercadillo en la base Ruy González de Clavijo, donde los vendedores afganos van a hacer el agosto con los soldados extranjeros, a quienes venden sus artículos al doble de precio y, donde, además, se paga en euros. «Tengo un contrato con PRT y distribuyo material escolar a los colegios que gestiona España y también vendo en el mercadillo de los viernes», explica Amin, dueño de una papelería en el bazar de Qal-e-Now, arteria comercial de la ciudad. Amin gana 1.000 euros por proyecto educativo del PRT, una verdadera fortuna para un afgano, que gana un promedio de 80 euros al mes.
La seguridad sigue siendo la mayor preocupación de los civiles. «Desde hace seis meses, la ciudad es más o menos segura, pero si te alejas cuatro kilómetros de Qal-e-Now ya no hay seguridad», critica un vecino.
En algunos distritos de la provincia sigue habiendo una intensa actividad talibán. «Mi padre es miembro de la Comisión Electoral Provincial y no puede desplazarse a Bala Murghab, o al distrito de Moqur», explica Ayub, de 17 años, que quiere ser intérprete para las tropas de la OTAN.
Los insurgentes han plantado en las carreteras decenas de artefactos explosivos improvisados (IED, en sus siglas en inglés) por lo que es muy peligroso circular.
Desde hace un par de años aproximadamente, cerca de 200 militares españoles están acuartelados en una base avanzada en Sang Atesh, la localidad más importante del volátil distrito de Moqur, al norte de Badghis.
Viajamos en un Ford Ranger de la Policía afgana para dirigirnos a Sangha Tesh porque es la única manera de acceder al lugar, ya que el Ministerio de Defensa español no suele conceder permisos a periodistas. Apenas son 30 kilómetros, pero las malas condiciones de la carretera lo convierten en un trayecto de cerca de dos horas. A la aridez del paisaje se suma el riesgo de los IED. No hace más de un mes, uno de estos artefactos mató a dos soldados españoles e hirió a otros tres del Regimiento nº9 de Fuerteventura cuando patrullaban.
Miradas hostiles
Parece que el tiempo se hubiera congelado en Sangha Tesh. Casas de adobe, sin luz ni agua corriente, puestos de madera y paja le trasladan a uno al Medievo. Sus vecinos de aspecto rudo y mirada hostil no dan la bienvenida al forastero. La población local, mayoritariamente pashtún, no apoya abiertamente a los talibán, pero ven a las tropas extranjeras con evidente recelo. «Aquí todo iba bien hasta que llegaron los soldados españoles. Ahora hay mucha inseguridad. Los insurgentes bajan de las montañas y atacan las instalaciones militares afganas o a la base española», se queja Naimatula, antes de detallar que todos los días sufren el hostigamiento de los talibán. Han perdido la fuerza en el combate cuerpo a cuerpo, pero atacan con RPG desde las montañas, hacen emboscadas o plantas IED en los caminos. «En esta zona hay dos líderes insurgentes muy activos: Mohamad Zaid y Hotak», asegura el jefe de la Policía de Sangha Tesh, el mayor Haj Mohamed Nabi, antes de agregar que «cuando lo necesitamos, pedimos ayuda a los militares españoles».
El mayor Nabi nos invita a recorrer las siniestras instalaciones de la comisaría. Unas habitaciones desconchadas con moscas pegadas en las ventanas y unas mugrientas alfombras y cojines.
A simple vista, el cuerpo de la Policía de Sangha Tesh no suma más de un medio centenar de agentes cejijuntos, con el mismo aspecto que los cabreros de la zona. Estos temerarios policías son los que trabajan «codo con codo» con las tropas españolas para traer la «seguridad» al distrito.
Siguiendo la carretera, en medio de ninguna parte, entre espesas nubes de polvo que se levantan del camino, aparecen como un espejismo las bunkerizadas instalaciones de las tropas españolas. Ante la atónita mirada de tres soldados armados en posición defensiva, nos acercamos a la base. El recibimiento no es tan cordial como esperábamos.
Sorprendidos, nos piden la documentación y nos preguntan en qué medio trabajamos para informar de nuestra repentina visita a su superior, que nos da una negativa. Una breve estancia en un porche a la entrada de la base, con una botella de agua fría, es suficiente para conocer la situación. Los españoles permanecen muchas horas en la base para no ser atacados. «La gente aquí es tan hostil como el país. Esto es una ratonera. No hay nada que hacer con los IED, ya lleves un vehículo blindado Lince, un RG-31 o un tanque. No te puedes fiar de nadie, siempre hay que estar alerta», confiesa un soldado español, bajo condición de anonimato.
«Aquí no hay un feudo talibán. Si lo hubiera, mandaríamos cuatro apaches y se terminaría todo esto. El problema es que los insurgentes se mueven de un lado a otro y es imposible detectarlos», reconoce un capitán español, sin revelar su nombre.
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