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Un «hospital» clandestino para tratar a los refugiados sirios
ANTIOQUÍA (TURQUÍA)- El presidente Bachar al Asad ha reiterado en muchas ocasiones que él nunca ha ordenado disparar contra su pueblo. El cabo Maher, de 20 años, rehusó cumplir las ordenes de sus superiores cuando le obligaron a abrir fuego en una manifestación contra el régimen en una localidad de la provincia de Idlib. Su desobediencia le costó una paliza con su propio fusil y tres disparos, en el hombro, la espalda y la pierna derecha. Maher fue rápidamente evacuado por el Ejército Libre de Siria (ELS) y ahora se recupera de sus graves heridas de bala en el hospital Defne de Antioquía.
«Nos dijeron que teníamos que disparar contra terroristas, pero allí sólo había manifestantes de-sarmados. Me negué a matar a mis hermanos, y en represalia me pegaron una paliza y luego iban a ejecutarme. Gracias a Dios sólo resulté herido de gravedad, y si el Ejército Libre no me hubiera trasladado a Turquía a un hospital, estaría muerto», denuncia Maher en la cama del hospital. Como la mayoría de los desertores, tiene miedo a revelar su identidad o a mostrar su rostro ante una cámara, porque sabe que de hacerlo su vida y la de su familia correrían peligro. En la planta cuarta de este centro hospitalario, de financiación privada, están ingresados una decena de heridos graves por disparos del régimen. «Pido a la comunidad internacional que nos ayude, que abra corredores humanitarios para asistir a los civiles y evacuar a los heridos. Que detengan la matanza en Siria», reclama Maher. En la habitación contigua, otro joven de unos 19 años se retuerce de dolor. Su cuerpo está cubierto de vendajes para que puedan cicatrizar sus heridas. Dice llamarse Ahmed y fue sometido a una delicada intervención quirúrgica porque tenía partes del cuerpo en carne viva. «Le tuvieron que trasplantar tejido en el tobillo porque sólo le quedaba el hueso», explica un familiar que también se encuentra en la habitación, mientras nos enseña las imágenes que tomó con un teléfono móvil momentos después de la explosión.
«Nos rodearon con tanques y nos bombardearon», agrega Ahmed, que apenas puede hablar. Ocurrió hace 20 días en la localidad de Kafar Nabod, en la provincia de Hama. Las fuerzas del régimen atacaron con fuego de artillería a un grupo de opositores que se habían concentrado para una protesta y mataron a 14 personas e hirieron a otras 21. Ahmed estaba haciendo el servicio militar en Deraa y desertó hace cinco meses para unirse al ELS en Hama. El doctor Hassan Nayer, de setenta años, jubilado, dirige una red de médicos clandestinos sirios en Antioquía para hacer el seguimiento de los heridos que entran ilegalmente a Turquía. «Los casos más graves que recibimos son por culpa de municiones ilegales. Una vez penetra dentro del cuerpo explota provocando heridas muy graves afectando incluso a órganos vitales. Muchas de las heridas no las podemos tratar llegando a tener que amputar los miembros afectados porque están destrozados», afirma este cirujano que ejerció en Alemania. Este grupo de médicos clandestinos que apoya la revolución se encarga también de enviar por vías ilegales medicinas y otros suministros a los hospitales de Siria. La situación de los hospitales en las zonas rebeldes de es tan precaria que apenas tienen anestesia «como mucho para un par de operaciones más», confiesa. Las medicinas son escasas y son los propios trabajadores de los hospitales los que tienen que arriesgar sus vidas para ir a buscarlas en otras localidades cercanas donde la presencia del Ejército leal a Asad es muy numerosa.
Municiones ilegales y letales
«Por no tener no tienen ni frigorífico. Cuando necesitan hacer una transfusión de sangre la hacen en el momento, sacan sangre del donante y la inyectan al paciente para que no se muera», explica Nayer. Por su parte, el doctor Abu Baha, que dirige una clínica clandestina en Antioquía, explica a LA RAZÓN que «lo poco que les llega a los hospitales sirios es de manera ilegal a través de la frontera». Este médico, de 28 años, de la ciudad de Alepo, que utiliza un nombre falso, se unió a las protestas contra el régimen durante los primeros meses de la revolución. «Éramos muy activos y después los Servicios de Inteligencia nos localizaron. Entonces decidí marcharme del país», explica el doctor. «El Gobierno ilegítimo de Siria persigue a los médicos y nos considera, a sus propios ojos, unos criminales. Yo estoy seguro aquí en Turquía, pero temo por mi familia, que está en Alepo. El Gobierno intimida y amenaza a los familias de los doctores», denuncia Abu Baha, que detalla que en Homs «han asesinado a varias familias de médicos». «Van a casa de cualquiera que ellos consideren sospechoso e intimidan a la familia para que revelen que clase de actividades llevan a cabo», denucia el doctor.
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