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Vómitos y jabón de tocador por José Luis Alvite

La Razón
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Agobiada por su pésima situación económica, una madre de familia de 56 años que había tenido un empleo muy bien remunerado decidió tragarse sus prejuicios morales y dispuso que para remediar su penosa situación lo mejor sería ejercer la prostitución. El diario en el que leo la noticia precisa que la señora es católica, lo que nos indica que, en caso de apremiante necesidad, ni las doctrinas ni los credos resultan por completo disuasorios de la tentación de contravenir sus enseñanzas. La prostitución es el caladero tradicional al que acuden en todo el mundo millones de mujeres ávidas de redención económica. La ejercen mujeres creyentes y mujeres ateas, incluso aquellas otras a las que la angustia constante por la dificultad de no salir a flote les impide otro pensamiento que no sea el de cerrar los ojos para ignorar qué diablos es aquello que tendrán que llevarse a la boca. Supongo que esa buena mujer se habrá visto en el disparadero y tuvo que elegir entre su fe y el hambre de sus hijos, así que decidió que lo mejor sería hacer cualquier cosa que le permitiese luego el alivio de arrepentirse y vomitar. Son muchas las mujeres que tienen la misma fe que hicieron egregios a sus santos y la mantienen hasta que las circunstancias aprietan sin piedad sobre su cuello y entonces comprenden que a veces la única solución para salir del apuro es tener también el resistente aparato digestivo de sus perros. Dice esa mujer que la primera vez que ejerció como prostituta se pasó luego una hora en la ducha, supongo que para limpiarse de la suciedad moral que la afligía. Nunca está de más el recurso de la higiene como metáfora de la regeneración espiritual. Tal vez sea eso lo que explica que en los momentos de mayor miseria moral es cuando más crece el consumo de jabón de tocador.