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Folgar generalizadamente

La Razón
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Una vez más, nos encontramos con que próximamente el capital y el trabajo (cómo nos podíamos temer) no van a marchar juntos de la mano precisamente hacia una nueva era de prosperidad, fraternidad y comprensión mutua. O sea, que tenemos entre manos otra vez la sempiterna huelga general que cae sobre los españoles cada equis tiempo, cíclicamente, como las estaciones y la lluvia, cuando las cosas se tuercen y termina la fase de vacas gordas.

Deberíamos plantearnos examinar esto de las protestas laborales bajo otra perspectiva que no fuera exclusivamente la de las conductas aprendidas. Porque, cada vez que ven una de esas noticias en las que un exaltado se autoinmola en oriente con una bomba adherida a su cuerpo, ya se habrán fijado que suelen suceder en los mercados o las colas de cine. Y damos por sentado que son sacrificios de razones religiosas o políticas, despreciando la posibilidad de que sea tan solo un cliente que desea expresar de una manera definitiva su fuerte descontento por la distribución alimentaria o por la baja calidad de uno de esos films de Bollywood indudablemente demasiado sofisticados para el gusto occidental. ¿El mecanismo de la huelga general, como medio de presión social, se habrá quedado anticuado para los tiempos que corren? Si nos encontramos en plena época de internet, donde incluso ya es posible robar a través del ordenador sin salir de casa, ¿cómo no va ser posible protestar sin tener que salir a la calle vestido de pancarta para recordar a todo el mundo que hoy no trabajas? Usemos la imaginación e inventemos la huelga de consumo o el año cutre antibancos (todos escondiendo el dinero bajo el colchón), pero dejemos de zarandear de una vez al pobre producto interior bruto, que no tiene la culpa de nada.