Artistas
López-Alegría la rutina de un astronauta
Al final, todo parece más mundano que los estilizados pasillos vigilados por Hal 9000. Hay bolsitas de pavo deshidratado, corredores llenos de cables y una férrea rutina para aprovechar bien la estancia. Pero no importa: allí arriba, un hombre abría una compuerta en la Estación Espacial Internacional (ISS) y se realizaba a 700 kilómetros de la Tierra dando un paseo espacial.Michael López-Alegría (Madrid, 1958) soñó desde pequeño con llegar ahí. Lo cuenta él mismo en el atípico documental de Manuel Huerga «Son & Moon. Diario de un astronauta». La cinta sigue los entrenamientos y la misión a la ISS de este español de Houston con un eje que humaniza su odisea espacial: las videoconferencias con su hijo Nico, con el que el espacio y el tiempo crean una distancia incómoda.
Esperanza para el planeta«La idea de convertir esto en algo más humano se le ocurrió al director, y le costó convencerme. Para mí la parte técnica es suficientemente interesante. Pero por lo visto no lo es para el gran público», confesaba ayer en Madrid este ingeniero que comandó la misión 14 a la ISS entre 2006 y 2007.Serio –aunque esboza alguna sonrisa comedida–, López-Alegría asegura que desde arriba el panorama se ve más azul que negro. «Hay esperanza para el planeta», dice. ¿Y ha descubierto vida inteligente en la Tierra? Vuelve a sonreír: «Desde luego. Gracias a ellos hemos podido subir». Michael estuvo siete meses en la ISS. El filme le muestra en su rutina, ausencias incluidas: el cumpleaños de su hijo que se pierde, las Navidades lejos de casa... «Sí, en un momento digo que me gustaría bajar, pero puntualmente –matiza–. Luego habría vuelto».Junto a él, subieron a la estación el ruso Mikhail Tyurin y una turista espacial. «Al principio, yo estaba un poco en contra. La Estación es un destino para profesionales. Pero ella fue muy amable y simpática. Además, ha llevado el mensaje de la exploración del espacio a más gente de lo que habrían podido sólo los astronautas», reconoce. Y añade: «Pronto habrá viajes suborbitales. En un año o dos se abrirá una industria en la que alguien podrá subir, pasar ocho minutos en ingravidez y ver la Tierra. Será una experiencia importante y relativamente barata». El turismo orbital tendrá que esperar. O pagar los 30 o 40 millones del capricho. Convencido de que la siguiente barrera es tecnológica –«ahora ir a Marte llevaría dos años. Sin embargo, con una propulsión que no sea química, sino a lo mejor nuclear, se tardaría menos»–, el astronauta entiende que se cuestionen los fondos para la exploración espacial. Pero discrepa: «En momentos de crisis, si se van a cortar los sueldos de los funcionarios, todo está en juego. Pero es peligroso: la inversión en el espacio ha de prolongarse durante años, los proyectos son a largo plazo. Una vez parado el desarrollo tecnológico, va a costar mucho arrancarlo de nuevo». Tiene argumentos contra los escépticos: «Esta grabadora que usas no la tendríamos si no fuera por las exploraciones desde hace tres décadas». Y sonríe cuando se le pregunta por Stephen Hawking: «Debe de haber vida inteligente en el universo, dado que es tan grande. No es lógico que seamos los únicos. Pero, por esa misma razón, tampoco lo es que la encontremos».
Un niño con los pies en la Tierra López-Alegría estuvo acompañado por la otra estrella de «Son & Moon»: su hijo Nico, al que el astronauta debe educar a través de una cámara. Curiosamente, el chaval no quiere imitar a su padre: «Es muy prudente. No conozco sus razones, pero ni siquiera está interesado en ser piloto, como yo fui al comienzo. Es joven y cambiará aún sus ideas varias veces. Pero está hecho de otra pasta. Algo que yo aplaudo: lo importante es que sea feliz y haga algo que le guste».
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