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La maldad no es una enfermedad por José Miguel Gaona
Resulta llamativo que cada vez que una persona comete algún crimen, y más aún en el caso de Breivik la primera impresión que se nos viene a la cabeza es que tan sólo un «loco» puede acometer tal empresa. Pero, ¿por qué pensamos eso? Realmente solemos acariciar esa idea ya que concluimos, por mera comparación con nosotros mismos, que una persona en su «sano juicio» sería incapaz de cometer esa atrocidad. Sin embargo, «nosotros mismos» no somos, evidentemente, un buen punto de comparación, ya que no hemos vivido ni experimentado las mismas circunstancias vitales que llevaron a tal asesino de masas a cometer dicho acto. Ahora bien, ¿somos autómatas dirigidos por un inexorable destino, igual que un vagón de tren que se dirige a la próxima estación? La respuesta es, desde mi punto de vista, no, ya que a diario nos enfrentamos a múltiples situaciones donde nuestra libertad de elección se pone a prueba.
Es decir, podremos tener ganas de asesinar al vecino de al lado porque por enésima vez pone su música con un exceso de decibelios, pero llamamos una vez más a la Policía Municipal. He aquí la primera cuestión: ¿las capacidades del conocimiento (cognitivas) de Breivik se encontraban conservadas?, ¿sabía lo que hacía? A juzgar por su minucioso plan, la respuesta debería ser positiva, ya que tomó en consideración hasta el más mínimo detalle para causar, ordenada y controladamente, el mayor daño posible como, por ejemplo, poner una bomba en el centro de Oslo para distraer a la Policía y de esta manera desplazarse a la isla de Utoya y causar aún más muertos.
La segunda cuestión es si sus capacidades de la voluntad (volitivas) se encontraban alteradas por alguna razón como, por ejemplo, ser obligado a ello por alguna causa que desconozcamos. Nuevamente la respuesta es que se hallaba, al parecer, no sólo lúcido, sino con suma libertad para poder elegir o, por el contrario, haber detenido de inmediato la matanza o, incluso, haberse arrepentido antes de cometerla.
Por todo lo anteriormente descrito y conociendo lo que a la mayor parte del público ha trascendido, podríamos concluir que Breivik tenía tanto sus capacidades cognitivas como las volitivas conservadas. En otras palabras, sabía lo que hacía y fue muy libre para hacerlo. Más aún, hablando como el común de los mortales: lo hizo porque le dio la gana hacerlo y sabiendo muy bien lo que hacía. Es que la maldad, señores lectores, no es una enfermedad psiquiátrica por mucho que algunos se empeñen.
José Miguel Gaona
Psiquiatra forense
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